122. EL DESTINO ESTABA TRAZADO

KAELA:

Estaba muy asustada mientras me dirigía con mi beta Rouf y Nina, que no había querido quedarse atrás, hacia los Jardines Sombríos, donde debía encontrar la Daga del Infinito. Me había convertido en mi loba Laila, que se sentía más segura que yo.

—Kaela, deja de temblar, déjame tener el control. Encontraré esa daga —me pidió mi Loba Laila, pero me habían advertido que debía mantener el control; mi cerebro humano tenía que dirigir.

—Lo tendremos las dos, Laila. Tú amplifica todos tus instintos y yo te ayudaré con el conocimiento. No se me ha olvidado todo lo que me enseñaron nuestros padres —contesté mientras corríamos, alejándonos cada vez más de mi Alfa, que iba en dirección contraria a mí, lo cual hacía que nuestro enlace se debilitara más y más, y eso me asustaba.

Los Jardines Sombríos no eran un lugar cualquiera; estaban llenos de enigmas, de susurros que no solo se escuchaban con los oídos, sino que se sentían en el alma. Laila podía percibirlo. Yo también, pero de una mane
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