114. SEGUROS O ATRAPADOS

KAELA:

El silencio del palacio era engañoso, como un manto de seda sobre una daga afilada. Las paredes susurraban secretos en lenguas olvidadas, y el aire olía a hierbas secas y sangre antigua. Kaesar no apartaba la vista de las ventanas, sus pupilas de lobo contraídas al acecho.

—No es solo el aire —murmuró, tensando los dedos sobre mi hombro—. Algo más está mal.

Entonces lo oímos: un crujido en los pisos superiores, como garras arrastrándose sobre el mármol. Mi corazón se aceleró, rebelde, mientras la magia en mis venas ardía en advertencia. Kaesar sonrió, con una sonrisa sin calor, la de un depredador que acepta el juego.

—No se preocupen —dijo Kaesar a todos los miembros de la manada—. Ocupen las posiciones estratégicas. Cierren todas las ventanas; deben ser los lobos brujos arteones envenenando el aire para acabar con todos. No olviden que Kaela y yo somos alfas reales; los trajimos aquí con el sortilegio de transportación. Si vemos que estamos en peligro, los volveremos a
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