113. EL NUEVO ATAQUE

KAELA:

Me abracé a mi Alfa mientras pronunciaba el sortilegio y me trasladé a la cabaña de papá. Estaba muy cansada, necesitaba que me amara una vez más. No dije nada; él lo entendió de inmediato. Nos desnudamos rápidamente, hambrientos el uno del otro. Ambos sentíamos la necesidad de experimentar el amor y olvidar, aunque fuera por un instante, todo lo que nos atormentaba: la guerra, las traiciones, los problemas.

El crepitar del fuego en la chimenea era el único testigo de nuestro anhelo. En la penumbra de la cabaña, nuestros cuerpos se entrelazaron como ramas de un viejo árbol buscando protección ante la tormenta. Sentía cada latido suyo resonar junto al mío, un tambor lejano que ahogaba el tumulto de pensamientos y preocupaciones.

En sus brazos, el peso de nuestras responsabilidades se desvanecía; cada caricia era un bálsamo, cada beso un pacto silencioso de unidad y fortaleza. Era en esos momentos íntimos donde la esencia de nuestro amor se manifestaba más pura, sin las máscaras
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