Fernando observaba su reflejo en el cristal de su despacho. El whisky en la mano apenas le temblaba, pero la mueca en su rostro lo delataba. Ya no era solo una molestia; era una amenaza real. Su abuelo estaba moviendo piezas, y cada día le cerraban más el cerco.
«Maldito viejo», murmuró, mientras giraba sobre sus talones y caminaba hacia su escritorio. Su portátil estaba abierto, y en la pantalla, un documento con capturas de la supuesta filtración desde el ordenador de Clara.
—Si ella habla antes de tiempo, se va todo a la m****a.
No podía permitirlo. Clara era una pieza incómoda que había que neutralizar. Si Gonzalo aún dudaba, bastaba un pequeño empujón para convertirlo en enemigo. ¿Qué mejor que ensuciar aún más su imagen? Que todos creyeran que no solo había robado a la empresa, sino que ahora buscaba venganza mediática.
Fernando tomó el móvil y abrió una aplicación desde un número anónimo. En minutos redactó un mensaje venenoso:
«Hola, Clara. ¿Sigues creyendo que puedes escondert