Valeria no era de esas que se alteraban con tanta facilidad. Había construido una fachada de autocontrol, elegancia y manipulación medida. Pero esa mañana, al abrir su correo, comenzó a resquebrajarse.
Asunto: El paraíso se acabó.
Mensaje: “Sabemos lo que hiciste. Esto recién comienza”.
No había un remitente claro. Ni firma. Ni más palabras. Pero esa frase bastó para que su estómago se contraiga como si acabara de tragarse una piedra. La taza de café que sostenía le tembló entre los dedos hasta derramarse sobre el escritorio. Maldijo en voz baja mientras limpiaba, con una torpeza poco habitual en ella.
Intentó convencerse de que era una broma. Una jugarreta sin importancia. Pero sabía que solo alguien con información precisa escribiría algo tan directo.
Cerró el portátil, se levantó de su silla con brusquedad y cruzó el despacho sin mirar a nadie. Necesitaba ver a Gonzalo. Necesitaba saber qué sabía él. O fingir normalidad hasta asegurarse de que no la había descubierto.
Cuando llegó a