El informe aún estaba caliente cuando lo dejó caer sobre su escritorio con un suspiro. El ataque había sido sutil, disfrazado de filtración anónima en redes. Un video, imágenes editadas, una narrativa cuidadosamente construida para manchar el nombre de Clara. Todo programado para explotar esa misma tarde.
—Fernando… —murmuró Rafael, quitándose las gafas y frotándose el puente de la nariz.
La llamada de su contacto en la empresa de monitoreo de redes había llegado justo a tiempo. Y él había reaccionado con la precisión de un cirujano. Bastaron un par de llamadas, una orden bien colocada… y el contenido fue bloqueado antes de que se viralizara. Clara nunca lo sabría. O eso esperaba.
Encendió un cigarro, cosa que ya no hacía, y se permitió unos segundos para maldecir en silencio.
Fernando estaba desesperado. Y un hombre desesperado era peligroso. Pero también predecible.
—Estás perdiendo, chaval… y lo sabes —dijo, como si Fernando pudiera escucharlo.
La puerta de su despacho se entreabrió