Gonzalo entró al despacho de reuniones del piso ejecutivo. Tenía una vídeo conferencia con un cliente. No le sorprendió encontrar a Fernando sentado con las piernas cruzadas y una taza de café en la mano, como si fuese el dueño del lugar. Ese era su verdadero talento era aparecer sin ser invitado y actuar como si el sitio le perteneciera desde siempre.
—¿Te molesto? —preguntó Fernando con su sonrisa cortés y la taza a medio camino de los labios.
—Sí. Pero eso nunca te importó.
Fernando soltó una breve carcajada, sin verdadero humor.
—Relájate, primo. Solo quería charlar. Como en los viejos tiempos.
Gonzalo cerró la puerta tras él, cruzó los brazos y se mantuvo de pie.
—Los “viejos tiempos” no me interesan. Y tú tampoco.
Fernando alzó una ceja.
—Qué poco hospitalario estás últimamente. ¿Es por Valeria? ¿O por Clara?
Gonzalo se tensó. Solo un segundo. Fernando lo notó y lo disfrutó.
—Pensé que habías pasado página con Valeria. Pero si te hace bien saberlo, con ella ya no tenemos nada qu