La mañana en Ferraz Corporación había comenzado con el ritmo frenético de los grandes días. Gonzalo tenía una presentación clave ante un cliente extranjero, y aunque no lo admitía en voz alta, el futuro inmediato de la empresa, pero sobre todo, su reputación, dependían del éxito de esa reunión.
Clara lo observaba desde su escritorio. Lo veía ir y venir con el ceño fruncido, los papeles en una mano y el móvil en la otra. Estaba tenso, más que de costumbre.
A media mañana recibió un correo anónimo en la cuenta de soporte de la empresa. Por alguna razón —una corazonada, quizás— decidió abrirlo. Era un adjunto con parte de la presentación de Gonzalo, pero con datos erróneos, gráficos manipulados y proyecciones alteradas. Clara parpadeó, incrédula. Aquello era un sabotaje. Alguien quería que Gonzalo hiciera el ridículo.
Y lo peor: ese era el archivo que él iba a usar.
Podría haber ido directamente a él. Contárselo. Pero no lo hizo. Tal vez por miedo a exponer que llevaba semanas siguiendo