El clic de la puerta al cerrarse fue apenas un susurro, pero en su pecho sonó como un portazo. Clara se apoyó en la pared, con las manos temblorosas. Paula no dijo nada; simplemente le puso una manta sobre los hombros antes de desaparecer por el pasillo con sigilo. Ni ella ni Martina eran de las que forzaban conversaciones cuando sabían que el corazón dolía demasiado.
Clara se dejó deslizar hasta el suelo. El pijama le apretaba el vientre más de lo habitual. Lo acarició con una ternura mecánica, como si al menos esa parte de su vida aún pudiera aferrarse a una rutina segura. Pero ya no había seguridad. Ni silencio. Ni escondite posible.
Gonzalo lo sabía.
Las palabras rebotaban en su cabeza como una campanilla que no paraba de sonar. “¿Ese niño… es mío?” Había algo en su voz que la había hecho temblar. No fue furia. No fue odio. Fue… miedo. Dolor. Sorpresa. Y tal vez algo más.
Se lo había imaginado tantas veces. Cómo sería el momento en que él se enterara. En cada versión, ella tenía e