SEIS

El fin de semana pasó con una lentitud exasperante para Aurah. Revisó su teléfono más veces de las que quisiera admitir, esperando un mensaje que nunca llegó. Se dijo a sí misma que no importaba, que lo del viernes había sido solo sexo, una explosión inevitable después de tanta tensión acumulada. No había promesas, no había compromisos.

Entonces, ¿por qué dolía tanto su silencio?

El lunes llegó envuelto en una lluvia persistente que empapaba la ciudad. Aurah entró a Luxus con el cabello húmedo y el ánimo bajo, pero decidida a mantener la compostura. Era una profesional. Lo que había ocurrido entre ella y Ashton no afectaría su trabajo.

—¡Dios mío, estás empapada! —exclamó Vanessa, acercándose con una taza de café—. ¿Has visto el caos que hay afuera? El metro reventado, taxis imposibles...

Aurah agradeció la normalidad de la conversación mientras se quitaba el abrigo mojado. La oficina bullía con la actividad habitual de un lunes por la mañana: llamadas, risas, el sonido de teclados y el aroma del café recién hecho.

—¿Qué tal tu fin de semana? —preguntó Vanessa mientras caminaban hacia sus respectivos escritorios.

—Tranquilo. Nada especial —mintió Aurah, intentando no pensar en las marcas que aún tenía en el cuello, cuidadosamente cubiertas con maquillaje—. ¿Y el tuyo?

Vanessa comenzó a relatar una historia sobre una cita desastrosa, pero Aurah apenas la escuchaba. Su atención se había desviado hacia el despacho de Ashton. La puerta estaba cerrada y las persianas bajadas, algo inusual para él, que solía trabajar a la vista de todos.

—...y entonces me dice que vive con su madre, lo cual ya es una red flag, pero cuando añade que comparten habitación, casi me atraganto con el vino... ¿Me estás escuchando?

—¿Qué? Sí, claro. Tu cita, la madre, el vino... —respondió Aurah distraídamente.

Vanessa frunció el ceño, siguiendo la dirección de su mirada.

—¿Buscas a alguien en particular? —preguntó con suspicacia—. ¿Al Dios Griego, quizás?

Aurah se sonrojó ligeramente.

—Claro que no. Solo me preguntaba por qué tiene las persianas bajadas. No es su estilo.

—Ah, eso —Vanessa bajó la voz—. Hay rumores. Parece que ha llegado de mal humor. Marisa de contabilidad subió a dejarle unos informes y dice que prácticamente le arrancó la cabeza por un detalle insignificante.

Un nudo se formó en el estómago de Aurah. ¿Era por ella? ¿Por lo que había pasado entre ellos?

—Seguro que es estrés por el cierre trimestral —dijo, intentando sonar despreocupada—. Ya sabes cómo se pone con los números.

Vanessa se encogió de hombros.

—Tal vez. En cualquier caso, yo mantendría la distancia hoy —advirtió antes de dirigirse a su escritorio.

Aurah intentó concentrarse en su trabajo. Tenía una presentación que preparar para el jueves y varios correos que responder. Pero sus pensamientos volvían constantemente a la noche del viernes, a las manos de Ashton sobre su piel, a la manera en que había susurrado su nombre...

A media mañana, su teléfono sonó. El número interno de Ashton. Su corazón dio un vuelco mientras contestaba, intentando que su voz sonara profesional.

—Aurah Roberts.

—Necesito el informe Esmeralda completo en mi despacho. Ahora.

No hubo saludo, no hubo calidez. Solo una orden seca seguida del clic de la llamada terminada. Aurah se quedó mirando el teléfono, desconcertada por la frialdad en su voz.

Recogió la carpeta con el informe y se dirigió hacia el despacho de Ashton. Llamó suavemente antes de entrar.

El contraste con el Ashton del viernes noche no podía ser mayor. Sentado tras su escritorio, traje impecable, expresión hierática, parecía una estatua tallada en hielo. Ni siquiera levantó la vista cuando ella entró.

—El informe —dijo Aurah, dejando la carpeta sobre el escritorio.

—Gracias —respondió él secamente, sin mirarla—. Puedes retirarte.

Aurah se quedó inmóvil, incapaz de procesar este cambio. ¿Dónde estaba el hombre que la había besado como si no pudiera respirar sin ella? ¿El que había susurrado su nombre entre gemidos?

—¿Ashton? —se atrevió a preguntar, su voz apenas audible.

Finalmente, él levantó la mirada. Sus ojos, habitualmente expresivos, parecían dos pozos vacíos.

—¿Necesitas algo más, Roberts?

¿Roberts? ¿Habían vuelto a los apellidos?

—¿Estás bien? —insistió ella, dando un paso hacia el escritorio.

—Perfectamente —cortó él—. Tengo mucho trabajo y poco tiempo. Si no hay nada más...

El mensaje era claro. Aurah sintió como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada. Asintió brevemente y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se giró una última vez.

—Lo del viernes... —comenzó.

—Fue un error —la interrumpió Ashton, su voz tan fría como sus ojos—. Un error que no se repetirá.

Las palabras golpearon a Aurah como una bofetada. Sin responder, salió del despacho, cerrando la puerta tras ella con más fuerza de la necesaria.

No lloraría. No le daría esa satisfacción, aunque él no pudiera verla. Caminó con la cabeza alta hasta el baño, donde se encerró en un cubículo y respiró profundamente varias veces, luchando contra el nudo en su garganta.

¿Cómo podía ser tan frío, tan distante, después de lo que habían compartido? ¿Cómo podía mirarla como si fuera una desconocida?

Cuando salió del baño, se encontró con Lucas en el pasillo. El director de arte la miró con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Aurah, la nueva estrella de Luxus —dijo con un tono que oscilaba entre la admiración y el sarcasmo—. Felicidades por tu... ascenso meteórico.

Había algo en su manera de decirlo que puso en alerta a Aurah.

—Gracias, Lucas. El trabajo duro da sus frutos.

—Sin duda —respondió él, inclinándose ligeramente—. Aunque algunos trabajan duro de formas... diferentes.

Antes de que Aurah pudiera responder, Lucas continuó su camino, dejándola con una sensación incómoda. ¿Qué había querido insinuar?

La respuesta llegó durante la comida. Aurah había bajado a la cafetería del edificio, buscando algo de paz lejos de la oficina. Se sentó sola en una mesa apartada, picoteando una ensalada sin demasiado apetito. No notó a Vanessa hasta que ésta dejó caer su bandeja frente a ella con un golpe que la sobresaltó.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó, claramente alterada.

—¿Decirte qué?

—Lo tuyo con Ashton —espetó Vanessa, bajando la voz pero manteniendo la intensidad—. Toda la oficina está hablando de ello.

El estómago de Aurah dio un vuelco.

—No hay nada que contar —respondió, intentando mantener la calma—. No sé de qué hablas.

Vanessa la miró fijamente.

—Miguel, el guardia de seguridad, os vio el viernes por la noche en su despacho —dijo finalmente—. Dice que las cámaras captaron... bueno, que estabais muy ocupados.

Aurah palideció. ¿Cámaras? ¿En el despacho de Ashton? Era imposible, él era obsesivo con su privacidad.

—Es un malentendido —dijo, intentando que su voz sonara firme—. Estábamos trabajando tarde, eso es todo.

—Aurah, por favor —Vanessa puso su mano sobre la de ella—. No tienes que mentirme. Somos amigas. Solo me duele que no confiaras en mí.

Aurah retiró su mano, sintiéndose acorralada.

—No hay nada que contar, Vanessa —repitió—. Y si hubiera algo, sería mi vida privada.

Vanessa pareció herida por la respuesta, pero asintió.

—Tienes razón, lo siento. Solo... ten cuidado, ¿vale? Ashton tiene fama de... bueno, de no involucrarse emocionalmente.

—Lo sé —respondió Aurah con más amargura de la que pretendía—. Créeme, lo tengo muy claro.

El resto del día transcurrió como en una pesadilla. Aurah sentía las miradas a su espalda, los susurros que se detenían cuando ella entraba en una habitación. Incluso Julia, la recepcionista siempre amable, parecía observarla con una mezcla de curiosidad y lástima.

A las seis, no pudo soportarlo más. Recogió sus cosas y se dirigió al ascensor, deseando escapar de aquel ambiente envenenado. Mientras esperaba, escuchó sin querer una conversación entre dos personas del departamento de marketing.

—...obviamente por eso la ascendieron tan rápido. De secretaria a creativa en menos de un mes.

—Siempre es igual. No importa el talento si estás dispuesta a acostarte con el jefe.

Aurah sintió como si le hubieran dado un puñetazo. ¿Era eso lo que pensaban de ella? ¿Que había conseguido su puesto abriéndose de piernas?

El ascensor llegó y entró sin mirar a nadie, mordiéndose el labio para contener las lágrimas. Una vez en la calle, respiró profundamente el aire húmedo de la tarde, intentando calmarse.

Su teléfono sonó. Un mensaje de Vanessa.

No te vayas así. Vamos a tomar algo y hablamos.

Aurah dudó. Necesitaba una amiga, alguien en quien confiar. Pero ¿podía fiarse realmente de Vanessa? ¿De alguien de la oficina?

Otro día. Necesito estar sola.

Caminó sin rumbo durante casi una hora, dejando que la llovizna lavara sus pensamientos. Finalmente, tomó una decisión. No podía seguir así. Tenía que hablar con Ashton, aclarar las cosas. Si lo que había ocurrido entre ellos iba a arruinar su carrera, al menos merecía una explicación.

Regresó a la oficina cuando ya casi todos se habían marchado. Como esperaba, la luz del despacho de Ashton seguía encendida. Algunas cosas nunca cambiaban.

Esta vez no llamó. Abrió la puerta de golpe, sobresaltando a Ashton, que hablaba por teléfono. Él la miró con sorpresa, luego con molestia.

—Te llamo luego —dijo a su interlocutor antes de colgar—. ¿Qué significa esto, Aurah?

Ella cerró la puerta tras de sí, enfrentándolo con la barbilla levantada.

—Eso mismo quiero saber yo. ¿Qué significa todo esto?

Ashton se recostó en su silla, su rostro una máscara de neutralidad.

—No sé a qué te refieres.

—¡Claro que lo sabes! —exclamó ella, su voz temblando de rabia—. Toda la oficina está hablando de nosotros. Dicen que hay grabaciones, que por eso me ascendieron... están destrozando mi reputación, ¡y tú te comportas como si nada hubiera pasado!

Algo cambió en la expresión de Ashton. Una grieta en su fachada de hielo.

—¿Grabaciones? Eso es imposible —dijo, levantándose—. No hay cámaras en mi despacho.

—Pues Miguel, el guardia, dice lo contrario.

Ashton frunció el ceño, visiblemente alterado por primera vez.

—Es una mentira. Lo comprobaré personalmente.

—Ese no es el punto, Ashton —continuó Aurah, dando un paso hacia él—. El punto es que me tratas como si fuera una extraña. Como si lo que pasó entre nosotros no significara nada.

Él apartó la mirada, incapaz de sostener la suya.

—Fue un error —repitió, pero con menos convicción que antes—. No debió ocurrir.

—¿Un error? —Aurah se acercó más, obligándolo a mirarla—. Mírame a los ojos y dime que no lo deseabas tanto como yo. Que no lo sigues deseando.

El control de Ashton pareció flaquear por un instante. Sus ojos bajaron a los labios de Aurah, y ella creyó ver en ellos un destello del deseo que habían compartido. Pero tan rápido como apareció, se desvaneció.

—Lo que yo desee no importa —dijo finalmente—. Soy tu superior. Abusé de mi posición. Y ahora tu reputación está en entredicho por mi culpa.

—¿Es por eso que me evitas? ¿Por culpa?

Ashton suspiró, pasándose una mano por el cabello en aquel gesto que Aurah conocía tan bien.

—En parte. Y porque no puedo ofrecerte lo que mereces, Aurah.

—¿Y qué crees que merezco?

—Alguien que pueda estar contigo abiertamente. Alguien que no ponga en riesgo tu carrera, tu reputación.

Aurah dio otro paso, ahora tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él.

—¿Y si yo decido qué riesgos quiero correr?

Por un momento, pareció que Ashton iba a ceder. Sus ojos recorrieron el rostro de Aurah con una intensidad que le recordó a la noche que habían compartido. Pero entonces, como si hubiera tomado una decisión dolorosa, retrocedió.

—No funcionaría, Aurah —dijo con firmeza—. Fue un error. Lo mejor es que lo olvidemos y sigamos adelante. Profesionalmente.

Las palabras cayeron como un muro entre ellos. Aurah sintió que algo se rompía dentro de ella, algo frágil que apenas había comenzado a crecer.

—Cobarde —susurró, la palabra cargada de decepción más que de rabia.

Ashton no respondió, pero el dolor en sus ojos era evidente. No era inmune, después de todo.

—Hablaré con seguridad sobre esos supuestos vídeos —dijo finalmente, volviendo al tono profesional—. Y dejaré claro a todos que tu ascenso fue por méritos propios. No permitiré que tu reputación sufra por... esto.

Aurah asintió, repentinamente agotada. La rabia había dado paso a una tristeza profunda.

—Gracias —dijo simplemente, dirigiéndose a la puerta.

Antes de salir, se detuvo.

—Sabes, lo más triste no es que no quieras estar conmigo —dijo sin mirar atrás—. Es que ni siquiera eres capaz de admitir lo que sientes.

Con esas palabras, salió del despacho, cerrando suavemente la puerta tras de sí. En el pasillo vacío, finalmente permitió que una lágrima solitaria resbalara por su mejilla.

Lo que no vio fue a Ashton, solo en su despacho, derrumbándose sobre su silla con el rostro entre las manos, tan roto como ella.

Los días siguientes fueron un ejercicio de resistencia para Aurah. Se sumergió en el trabajo, llegando temprano y marchándose tarde, evitando las áreas comunes donde podría encontrarse con miradas curiosas o, peor aún, con Ashton.

Él, por su parte, mantuvo su palabra. Los rumores sobre las grabaciones se desvanecieron rápidamente cuando el propio Ashton convocó una reunión con todo el departamento de seguridad. Y aunque nunca mencionó directamente a Aurah, dejó claro en varias ocasiones, durante reuniones de equipo, que las promociones en Luxus se basaban exclusivamente en el talento y la dedicación.

Poco a poco, el ambiente en la oficina volvió a la normalidad. O casi. Porque cada vez que Ashton y Aurah coincidían en una reunión, la tensión era palpable. Se hablaban con cortesía profesional, se pasaban documentos sin que sus dedos se rozaran, discutían ideas creativas como si fueran compañeros que apenas se conocían.

Pero sus ojos... sus ojos contaban otra historia. Cuando creía que nadie miraba, Ashton observaba a Aurah con una mezcla de deseo y arrepentimiento que le dolía físicamente. Y Aurah, aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar buscarlo en cada habitación, seguir sus movimientos como si su cuerpo tuviera un radar especialmente sintonizado con él.

Una semana después del incidente, Vanessa se acercó a su escritorio con una taza de café y una expresión conciliadora.

—¿Tregua? —ofreció, dejando la taza frente a Aurah—. He sido una amiga horrible. Lo siento.

Aurah sonrió débilmente, aceptando el café.

—No tienes que disculparte. Yo también estuve a la defensiva.

Vanessa se sentó en el borde del escritorio, bajando la voz.

—Para que lo sepas, nadie cree ya esos rumores estúpidos. Todos hemos visto cómo trabajas, lo buena que eres. Tu ascenso fue más que merecido.

—Gracias —respondió Aurah, conmovida por la sinceridad en la voz de su amiga.

—Y en cuanto a lo otro... —continuó Vanessa, aún más bajo—. Sea lo que sea que haya pasado entre tú y el Dios Griego, es asunto tuyo. Pero si alguna vez necesitas hablar...

Aurah asintió, agradecida por el ofrecimiento. Quizás algún día estaría lista para hablar de ello, para procesar el dolor y la confusión. Pero no hoy.

—¿Sabes qué necesito ahora mismo? —dijo, cambiando de tema—. Una noche de chicas. Alcohol, comida basura y películas malas.

Vanessa sonrió ampliamente.

—Eso puedo arreglarlo. Mi apartamento, este viernes. Yo pongo las copas, tú las películas.

—Hecho.

Mientras Vanessa volvía a su escritorio, Aurah sintió que algo del peso que cargaba se aligeraba. No todo estaba perdido. Tenía su trabajo, su talento, amigos que la apoyaban. Sobreviviría a esto.

Su mirada se desvió involuntariamente hacia el despacho de Ashton. A través de las paredes de cristal, lo vio de pie junto a la ventana, observando la ciudad. Por un instante, como si sintiera su mirada, él se giró. Sus ojos se encontraron a través del espacio y del silencio.

Y en ese breve momento, Aurah supo que, a pesar de sus palabras, a pesar de su frialdad, Ashton estaba sufriendo tanto como ella.

El veneno del arrepentimiento y del deseo contenido no solo corría por sus venas. Corría también por las de él.

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