Dos semanas. Habían pasado dos semanas desde aquella noche en el despacho, y Aurah sentía que estaba actuando en una obra de teatro donde todos conocían su papel menos ella. Cada mañana se ponía la máscara de profesionalidad, interactuaba con Ashton en reuniones con una cortesía gélida, y por las noches se permitía unos minutos para recordar cómo se habían sentido sus manos sobre su piel.
Solo unos minutos. No más.
El viernes por la tarde, mientras revisaba las pruebas para la nueva campaña, su teléfono sonó. Era Julia, de recepción.
—Aurah, hay un mensajero con un paquete para ti. Dice que necesita entregarlo personalmente.
Extrañada, Aurah bajó a recepción. El mensajero, un chico joven con casco de motocicleta bajo el brazo, le entregó un sobre de papel manila después de verificar su identidad.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, sin reconocer el remitente.
—Ni idea, señorita. Solo sé que era urgente —respondió el chico, alejándose rápidamente.
Aurah regresó a su escritorio y abrió el sobre con curiosidad. Dentro había una carpeta con el logotipo de "Galería Artemis" y una nota manuscrita:
"Esta noche, 20:00. Ven sola. Por favor. -A"
La caligrafía era inconfundible. Ashton. El corazón de Aurah dio un vuelco mientras revisaba el contenido de la carpeta: una invitación privada para la inauguración de una exposición fotográfica titulada "Silencios".
¿Qué significaba esto? ¿Por qué la invitaba ahora, después de dos semanas de frialdad? ¿Y por qué a través de un mensajero, en lugar de pedírselo directamente?
Su primer impulso fue rechazar la invitación. Se había prometido a sí misma mantener la distancia, proteger lo que quedaba de su corazón. Pero la curiosidad —y algo más profundo que no quería nombrar— la empujaba a aceptar.
Pasó el resto de la tarde distraída, incapaz de concentrarse en su trabajo. Cuando llegó la hora de marcharse, Vanessa se acercó a su escritorio.
—¿Lista para nuestra noche de cine? He comprado suficiente helado para entrar en coma diabético —dijo con entusiasmo.
Aurah se mordió el labio, sintiéndose culpable.
—Sobre eso... ¿te importaría que lo pospusiéramos? Ha surgido algo... personal.
Vanessa la miró con una mezcla de sorpresa y suspicacia.
—¿Personal? ¿Qué tipo de personal? ¿El tipo con traje italiano y ojos que cambian de color?
—No es lo que piensas —respondió Aurah, aunque ni ella misma sabía qué pensar—. Te lo contaré todo después, te lo prometo.
Vanessa suspiró teatralmente.
—Está bien. Pero quiero todos los detalles. Y si ese imbécil te hace daño otra vez, tengo un primo que podría romperle las rodillas. Solo digo.
Aurah rio, agradeciendo el apoyo incondicional de su amiga.
—Eres la mejor. Te compensaré, lo prometo.
A las ocho menos cinco, Aurah se encontraba frente a la Galería Artemis, un espacio modernista en el barrio artístico de la ciudad. Había dedicado más tiempo del que quería admitir a elegir su atuendo: un vestido verde bosque que resaltaba sus ojos, sencillo pero elegante, combinado con tacones negros y un maquillaje sutil.
La galería parecía vacía excepto por un guardia de seguridad en la entrada que, al ver la invitación, asintió y la dejó pasar sin una palabra. El silencio en el interior era casi reverencial, roto solo por el suave murmullo de música ambiental.
Las paredes blancas estaban cubiertas de fotografías en blanco y negro: siluetas de personas capturadas a través de vidrio, rostros parcialmente ocultos, manos que casi se tocaban pero no llegaban a hacerlo. Todas transmitían una sensación de anhelo, de conexiones interrumpidas, de palabras no dichas.
Recorrió la exposición lentamente, absorbiendo cada imagen. Había algo hipnótico en ellas, algo que resonaba profundamente con lo que sentía. Estaba tan absorta que no notó la presencia detrás de ella hasta que escuchó su voz.
—Viniste.
Aurah se giró. Ashton estaba a unos metros, vestido completamente de negro, con una expresión que no había visto antes en él: vulnerable, casi tímida.
—Casi no lo hago —respondió con honestidad.
Él asintió, como si esperara esa respuesta.
—Te agradezco que vinieras —dijo, acercándose un paso—. Sé que no tenía derecho a pedírtelo después de cómo me he comportado.
Aurah cruzó los brazos, protegiendo su corazón instintivamente.
—¿Por qué estamos aquí, Ashton? ¿Qué es todo esto?
Él señaló las fotografías a su alrededor.
—Estas fotografías son de mi madre —dijo, sorprendiéndola—. Elena Moreau. Era fotógrafa artística. Falleció hace cinco años.
Aurah parpadeó, desconcertada por esta revelación inesperada.
—Lo siento mucho. No lo sabía.
—No lo sabe nadie en Luxus —continuó él—. No hablo de mi familia. De mi vida personal en general.
Dio otro paso hacia ella, reduciendo la distancia entre ellos.
—Pero quiero hablar contigo, Aurah. Fuera de la oficina. Sin paredes de cristal ni oídos curiosos. Si aún estás dispuesta a escucharme.
Aurah lo miró fijamente, buscando en sus ojos algún signo de manipulación o falsedad. Solo encontró sinceridad y algo parecido al miedo.
—Te escucho —dijo finalmente.
Ashton pareció soltar el aire que había estado conteniendo.
—No aquí —dijo, mirando alrededor—. Hay un café a unas calles de aquí. Tranquilo, discreto. Podríamos hablar allí.
Aurah dudó. Una parte de ella quería negarse, protegerse del dolor que seguramente vendría. Pero otra parte, la que seguía soñando con sus caricias, necesitaba respuestas.
—De acuerdo —accedió finalmente.
Caminaron en silencio hasta el café, un local pequeño y acogedor con mesas apartadas que ofrecían privacidad. Se sentaron en un rincón, lejos de miradas curiosas. Ashton pidió un whisky; Aurah, un vino tinto.
Cuando el camarero se alejó, el silencio se volvió casi tangible. Ashton pasaba su dedo por el borde del vaso, visiblemente nervioso. Era tan diferente al hombre seguro y controlado de la oficina que Aurah apenas lo reconocía.
—Lo siento —dijo finalmente, levantando la mirada—. Por cómo te traté después de... esa noche. Fue cruel e injusto.
Aurah mantuvo su expresión neutra, aunque su corazón latía con fuerza.
—¿Por qué lo hiciste entonces?
Ashton suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Porque me asusté —confesó, y la honestidad desnuda en su voz la sorprendió—. No de lo que pasó entre nosotros, sino de lo que sentí después. De cómo me hizo sentir.
Tomó un trago de su whisky antes de continuar.
—Durante años he mantenido mi vida profesional y personal completamente separadas. He construido muros para protegerme, para no volver a cometer los mismos errores. Y tú... tú derribaste esos muros en una sola noche.
Aurah recordó las palabras de Vanessa: Ashton tenía fama de no involucrarse emocionalmente. Siempre había asumido que era por arrogancia o frialdad. Ahora empezaba a sospechar que había algo más.
—¿Qué errores? —preguntó suavemente.
Ashton miró su bebida, como si en el ámbar líquido pudiera encontrar las palabras adecuadas.
—Hace seis años, cuando empezaba mi carrera, me enamoré de una compañera de trabajo —comenzó, su voz apenas un murmullo—. Nadia. Era brillante, apasionada, ambiciosa. Como tú.
Hizo una pausa, perdido en recuerdos que claramente aún le dolían.
—Al principio fue maravilloso. Trabajábamos juntos, creábamos juntos, dormíamos juntos. Éramos imparables. O eso creía yo.
Otro trago de whisky, más largo esta vez.
—Cuando me ofrecieron un puesto en Londres, una oportunidad única, le pedí que viniera conmigo. Ella se negó. Dijo que su carrera estaba aquí, que no iba a sacrificarla por la mía. Discutimos. Dije cosas... cosas de las que me arrepiento.
Ashton levantó la mirada, y Aurah vio en sus ojos un dolor antiguo pero aún vivo.
—Me quedé por ella. Rechacé la oferta. Y un mes después, la encontré en la cama con el director creativo de la agencia. Había estado usándome para conseguir proyectos, información privilegiada. El día que renuncié a Londres, ella ya había conseguido mi puesto.
Aurah contuvo el aliento, entendiendo finalmente. No era solo arrogancia lo que mantenía a Ashton distante. Era miedo. Miedo a volver a ser herido, a volver a ser utilizado.
—No todas las personas son como ella, Ashton —dijo suavemente.
—Lo sé —respondió él, con una pequeña sonrisa triste—. Racionalmente, lo sé. Pero cuando despertamos juntos aquel día, cuando te miré dormida en mi sofá... sentí algo que no había sentido en años. Y me aterró.
Extendió una mano sobre la mesa, no para tocar la de ella, sino como un gesto de apertura.
—No fue solo sexo para mí, Aurah. Y eso es lo que más miedo me daba admitir. Porque si no era solo sexo, entonces era algo más. Algo que no sabía si estaba preparado para sentir de nuevo.
Aurah procesó sus palabras, sintiendo cómo algo en su pecho se aflojaba. No había sido solo física la conexión entre ellos. No para ella, y ahora sabía que tampoco para él.
—¿Y por eso decidiste tratarme como si no existiera? —preguntó, sin poder evitar cierta amargura—. ¿Alejarme como si fuera una enfermedad contagiosa?
—Fue un mecanismo de defensa estúpido —admitió él—. Pensé que si mantenía la distancia, si pretendía que no había pasado nada, eventualmente los sentimientos desaparecerían. Para ambos.
—No funcionó muy bien, ¿verdad?
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Ashton.
—En absoluto. Solo empeoró las cosas. Y cuando oí los rumores, cuando supe que estaban cuestionando tu valía profesional por mi culpa... —su voz se apagó, cargada de culpabilidad—. Lo último que quería era dañar tu carrera, Aurah. Eres demasiado talentosa para eso.
Aurah tomó un sorbo de su vino, necesitando tiempo para procesar todo lo que estaba escuchando. Parte de ella quería lanzarse a sus brazos, decirle que entendía, que le perdonaba. Pero otra parte, la que había sufrido su rechazo, la que había sido objeto de rumores crueles, necesitaba más.
—¿Por qué ahora? —preguntó—. ¿Por qué me cuentas todo esto ahora?
Ashton la miró directamente a los ojos.
—Porque no puedo seguir así —respondió con honestidad cruda—. Porque cada día que paso pretendiendo que no me importas es un día que me estoy mintiendo a mí mismo. Y porque te debo la verdad, Aurah. Toda la verdad.
Extendió su mano un poco más, casi rozando la de ella sobre la mesa.
—No sé qué es esto entre nosotros. No sé si puede funcionar, con nuestro trabajo, con mi equipaje emocional. Pero sé que no quiero perderte sin al menos haber sido honesto contigo.
Aurah miró la mano de Ashton, tan cerca de la suya. Sería tan fácil tocarla, entrelazar sus dedos, rendirse a lo que sentía. Pero las heridas estaban aún demasiado frescas.
—Me hiciste daño, Ashton —dijo, su voz apenas audible—. No solo a mí, sino a mi reputación profesional. A lo que he trabajado tan duro por construir.
—Lo sé —respondió él, la culpa evidente en sus ojos—. Y no tengo excusa para ello. Solo puedo prometerte que no volveré a permitir que nadie cuestione tu talento o tu integridad. Ya sea que decidas darme otra oportunidad o no.
Aurah se sorprendió ante sus palabras. No estaba pidiéndole volver a la cama. Estaba pidiéndole una oportunidad, sin condiciones, sin expectativas.
—No sé qué decir —confesó, confundida por el torbellino de emociones en su interior—. Una parte de mí quiere confiar en ti. Otra parte tiene miedo de volver a salir herida.
Ashton asintió, comprendiendo.
—Lo entiendo perfectamente —dijo con una sonrisa triste—. Conozco ese miedo mejor que nadie.
Apartó su mano lentamente, respetando su espacio.
—No te estoy pidiendo una respuesta ahora, Aurah. Solo quería que supieras la verdad. Que entendieras por qué actué como lo hice. No para justificarlo, sino para que sepas que nunca fue por ti. Siempre fue por mis propios demonios.
Aurah lo miró, realmente lo miró, más allá de la fachada del exitoso director creativo, más allá del amante apasionado que había sido por una noche. Vio a un hombre roto intentando recomponerse, un hombre que había sido herido y temía volver a serlo.
En ese momento, algo cambió dentro de ella. No era perdón, no todavía, pero era comprensión. Y tal vez, solo tal vez, el principio de algo nuevo.
—Gracias por contármelo —dijo finalmente—. Por confiar en mí.
—Gracias a ti por escuchar —respondió él, y por primera vez en semanas, su sonrisa parecía genuina.
Terminaron sus bebidas en un silencio más cómodo, hablando ocasionalmente de temas más ligeros: la exposición de fotografías, recuerdos de la infancia, libros favoritos. Era extraño y reconfortante a la vez, como si estuvieran conociéndose de nuevo, desde cero.
Cuando salieron del café, la noche era fresca y clara. Caminaron juntos hasta la parada de taxis, manteniendo una distancia prudente entre ellos.
—Te llevaría a casa, pero... —comenzó Ashton.
—Lo sé —lo interrumpió Aurah con una pequeña sonrisa—. Paso a paso.
Él asintió, agradecido por su comprensión.
—¿Puedo llamarte? —preguntó, con una inseguridad tan impropia de él que casi la hizo sonreír—. ¿Para hablar, tomar un café? Como amigos.
Aurah consideró su propuesta. Sería tan fácil decir que no, protegerse, mantener las distancias. Pero había algo en la vulnerabilidad que Ashton le había mostrado esta noche que la desarmaba.
—Puedes llamarme —respondió finalmente—. Pero, Ashton...
—¿Sí?
—Esta vez, vamos despacio. Necesito confiar en ti de nuevo. Y tú necesitas confiar en que no soy Nadia.
Ashton asintió, su expresión seria pero esperanzada.
—Despacio —acordó—. Y con honestidad. Siempre.
Un taxi se detuvo frente a ellos. Aurah se acercó para abrir la puerta, pero antes de entrar, se giró hacia Ashton.
—Una última cosa —dijo, sosteniendo su mirada—. Esto no es "una aventura" para mí. Nunca lo fue. Si vamos a intentarlo, necesito saber que lo entiendes.
La expresión de Ashton se suavizó, y algo parecido a la esperanza iluminó sus ojos.
—Lo entiendo perfectamente —respondió—. Porque tampoco lo es para mí.
Aurah asintió, satisfecha con su respuesta. Entró al taxi y cerró la puerta, pero mantuvo la ventanilla abierta.
—Buenas noches, Ashton.
—Buenas noches, Aurah.
Mientras el taxi se alejaba, Aurah miró por la ventanilla. Ashton seguía en la acera, observándola marcharse. No era un final feliz, no todavía. Pero tal vez era el comienzo de algo real. Algo construido sobre verdades susurradas en voz baja, sobre vulnerabilidades compartidas.
Sobre la valentía de arriesgarse al dolor por la posibilidad de algo hermoso.