La semana había pasado como en una nebulosa para Aurah. Después de rechazar formalmente la oferta de Carolina —quien lo tomó con más resignación que sorpresa—, Ashton había cumplido su palabra: un nuevo contrato como creativa senior la esperaba en recursos humanos, con un salario que competía con el ofrecido por Esmeralda.
Lo que no había llegado era la conversación prometida. Ashton mantenía una distancia profesional exquisita: cordial en las reuniones, constructivo en sus críticas, generoso en su reconocimiento público del trabajo de Aurah. Pero nunca a solas, nunca demasiado cerca, nunca una mirada que durara más de lo estrictamente necesario.
Era viernes por la noche y la oficina estaba casi vacía. La mayoría se había marchado temprano para disfrutar del inicio del fin de semana, pero Aurah se había quedado revisando los últimos detalles de la propuesta que presentarían el lunes. No porque fuera necesario —el trabajo estaba esencialmente terminado—, sino porque no tenía prisa por volver a su apartamento vacío.
La luz de la oficina de Ashton seguía encendida, un rectángulo dorado en el pasillo en penumbra. Aurah sabía que él también estaba allí, probablemente revisando presupuestos o planificando la siguiente campaña. Siempre trabajando, siempre controlando. Siempre manteniéndose ocupado para no tener que enfrentar lo que había entre ellos.
Cansada de esperar una iniciativa que no llegaba, Aurah tomó una decisión. Si él no iba a hablar, lo haría ella. Con determinación, recogió sus cosas, apagó su ordenador y se dirigió hacia el despacho de Ashton.
La puerta estaba entreabierta. Llamó suavemente con los nudillos antes de asomar la cabeza.
—¿Molesto? —preguntó.
Ashton levantó la vista de su ordenador, sorprendido de verla allí. Llevaba las mangas de la camisa remangadas y la corbata aflojada. El cabello, habitualmente perfecto, estaba ligeramente despeinado, como si hubiera pasado los dedos por él repetidamente.
—Aurah... —dijo su nombre como si fuera algo valioso y peligroso al mismo tiempo—. No, no molestas. Pasa.
Ella entró, cerrando la puerta tras de sí. El sonido del pestillo al encajar resonó con una finalidad que ninguno de los dos pudo ignorar.
—Dijiste que íbamos a hablar —comenzó Aurah, manteniéndose cerca de la puerta—. Ha pasado una semana.
Ashton suspiró, recostándose en su silla y frotándose los ojos.
—He estado ocupado.
—Ambos sabemos que esa no es la razón.
Él la miró directamente entonces, con aquella intensidad que parecía atravesarla.
—Tienes razón —admitió—. He estado evitándolo. Evitándote.
—¿Por qué? —preguntó Aurah, avanzando hacia el escritorio—. Cumpliste tu parte del trato. Tengo mi nuevo contrato, mi nuevo puesto. Somos dos adultos que trabajan juntos. ¿Qué hay que evitar?
Ashton se levantó lentamente, como si cada movimiento requiriera un esfuerzo consciente.
—Evito esto, Aurah —respondió, su voz más grave de lo habitual—. Lo que pasa cada vez que estamos solos en una habitación. Lo que estoy sintiendo ahora mismo al mirarte.
El aire entre ellos pareció cargarse de electricidad. Aurah dio otro paso adelante.
—¿Y qué sientes exactamente?
Ashton rodeó el escritorio, acortando la distancia entre ellos hasta quedar a apenas un metro.
—Sabes lo que siento.
—Quiero oírtelo decir —insistió ella—. Sin paredes de cristal, sin excusas de profesionalidad. Solo tú y yo.
Los ojos de Ashton se oscurecieron, y Aurah vio cómo su autocontrol comenzaba a resquebrajarse.
—Siento que me estoy volviendo loco —confesó finalmente—. Pienso en ti cuando debería estar concentrado en el trabajo. Te busco en cada reunión, en cada pasillo. Me encuentro inventando razones para hablar contigo, para estar cerca de ti. Y luego me odio por ello, porque soy tu jefe, porque tengo responsabilidades, porque...
—Porque tienes miedo —completó Aurah.
—Sí —admitió él, y la honestidad en su voz la sorprendió—. Tengo miedo. De esto. De nosotros. De lo que podría pasar.
Aurah dio el último paso, eliminando casi toda distancia entre ellos.
—¿Y si dejamos de pensar en lo que podría pasar? —susurró—. ¿Y si, por una vez, simplemente dejamos que pase?
El control de Ashton pendía de un hilo tan frágil que Aurah podía verlo tensarse. Sus ojos bajaron a los labios de ella, y su respiración se aceleró visiblemente.
—No puedo ofrecerte nada, Aurah —dijo con voz ronca—. No una relación, no un futuro. Solo... esto. Ahora.
—Es lo único que estoy pidiendo.
Fue como si esas palabras rompieran la última barrera. Con un movimiento casi desesperado, Ashton tomó el rostro de Aurah entre sus manos y la besó.
No fue un beso suave, ni tentativo. Fue hambriento, urgente, como si hubiera estado conteniéndose durante demasiado tiempo. Sus labios reclamaron los de ella con una intensidad que la dejó sin aliento. Aurah respondió con igual fervor, enterrando los dedos en su cabello, atrayéndolo más cerca, si es que eso era posible.
Las manos de Ashton descendieron por su cuello, sus hombros, su espalda, aprendiendo cada curva, cada contorno. La empujó suavemente contra la pared, presionando su cuerpo contra el de ella, permitiéndole sentir cuánto la deseaba.
—Dios, Aurah... —murmuró contra sus labios—. Te he deseado desde el primer día. Desde que entraste en mi oficina con esa falda y esa mirada desafiante.
Sus palabras enviaron una ola de calor por todo el cuerpo de Aurah. Tiró de su corbata, deshaciéndola por completo y arrojándola al suelo antes de atacar los botones de su camisa.
—Demasiada ropa —se quejó, y Ashton sonrió contra su cuello, donde estaba dejando un rastro de besos que la hacían estremecer.
—Paciencia —susurró él, mordisqueando suavemente el lóbulo de su oreja—. Tenemos toda la noche.
Pero la paciencia parecía un concepto extraño para ambos en ese momento. Las manos exploraban, los labios buscaban, los cuerpos se fundían en un calor que amenazaba con consumirlos. Aurah logró desabotonar la camisa de Ashton y la deslizó por sus hombros, revelando un torso esculpido que había imaginado pero que superaba sus expectativas. Sus dedos trazaron cada músculo, cada línea, mientras él desabrochaba su blusa con una destreza sorprendente.
Cuando la prenda cayó al suelo, Ashton se apartó ligeramente para mirarla. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Aurah con tal admiración que ella se sintió más hermosa que nunca, incluso parcialmente vestida, con el cabello despeinado y los labios hinchados por sus besos.
—Eres perfecta —murmuró él, y había tal reverencia en su voz que Aurah sintió que algo se derretía dentro de ella.
Volvió a besarla, esta vez más lentamente, saboreándola, mientras sus manos acariciaban su piel expuesta. Desabrochó su sujetador con un movimiento fluido y lo dejó caer, revelando sus pechos. Sus dedos los acariciaron con delicadeza al principio, explorando, aprendiendo lo que la hacía gemir. Cuando su boca reemplazó a sus manos, Aurah tuvo que morderse el labio para no gritar de placer.
La falda de Aurah fue lo siguiente en desaparecer, seguida por los pantalones de Ashton. Se detuvieron un momento, ambos en ropa interior, contemplándose mutuamente a la tenue luz de la oficina.
—Aún podemos parar —dijo Ashton, aunque su cuerpo evidenciaba claramente que era lo último que deseaba.
Aurah sonrió, deslizando un dedo por el elástico de sus bóxers.
—¿Es eso lo que quieres?
Como respuesta, Ashton la levantó en un movimiento fluido. Aurah envolvió sus piernas alrededor de su cintura mientras él la llevaba hasta el sofá que ocupaba una esquina del despacho.
La dejó sobre el sofá con una delicadeza que contrastaba con la urgencia anterior. Sus ojos recorrieron su cuerpo casi desnudo con una intensidad que la hizo arder.
—No tienes idea de cuántas veces he soñado con esto —confesó él, arrodillándose entre sus piernas—. Con tenerte así, para mí.
Sus dedos se deslizaron por sus muslos, subiendo lentamente hasta el borde de su ropa interior. El roce era tan ligero que casi dolía. Aurah se arqueó, buscando más contacto, pero Ashton parecía decidido a tomarse su tiempo ahora.
—Por favor... —susurró ella, y la sonrisa de Ashton se volvió depredadora.
—¿Por favor qué, Aurah? —preguntó, su voz un susurro ronco contra su piel—. Dime exactamente lo que quieres.
—A ti —respondió sin dudar—. Te quiero a ti. Ahora.
Pero Ashton tenía otros planes. Con una lentitud exasperante, deslizó la última prenda que la cubría por sus piernas y la arrojó a un lado. Sus dedos encontraron su centro, explorando, descubriendo lo que la hacía gemir su nombre. Su boca siguió a sus dedos, y Aurah tuvo que enterrar una mano en su cabello y la otra en los cojines del sofá para anclarse a la realidad mientras él la llevaba al borde del abismo.
Cuando el placer se volvió casi insoportable, tiró de su cabello, obligándolo a subir para besarla. Saboreó su propio deseo en sus labios mientras sus manos trabajaban para liberarlo de la última prenda que lo cubría.
—Necesito sentirte —murmuró contra su boca—. Todo de ti.
Ashton se apartó brevemente para sacar un preservativo de su cartera. Aurah lo observó prepararse, fascinada por la concentración en su rostro, por la tensión en cada músculo de su cuerpo.
Cuando volvió a ella, sus miradas se encontraron en una comunicación silenciosa. No había vuelta atrás, no había arrepentimientos. Solo ellos dos y el fuego que finalmente los consumía.
Se unieron en un movimiento fluido, perfecto. Aurah soltó un gemido al sentirlo completamente dentro de ella. Ashton se quedó inmóvil por un momento, como si necesitara controlarse, memorizar la sensación.
—Dios, Aurah... —susurró contra su cuello—. Se siente...
—Lo sé —respondió ella, acariciando su espalda—. Lo sé.
Comenzaron a moverse juntos, encontrando un ritmo que parecía tan natural como respirar. Las manos exploraban, los labios buscaban, los cuerpos se fundían en una danza antigua como el tiempo. Ashton la adoraba con cada embestida, con cada caricia, con cada palabra susurrada contra su piel.
El placer creció hasta hacerse insoportable. Aurah sentía que cada nervio de su cuerpo estaba vivo, electrificado. Cuando finalmente se precipitó al abismo, fue el nombre de Ashton lo que escapó de sus labios. Él la siguió momentos después, su cuerpo tensándose sobre el de ella mientras ahogaba un gemido contra su hombro.
Se quedaron así, entrelazados, jadeantes, durante lo que pareció una eternidad. El corazón de Ashton latía tan fuerte que Aurah podía sentirlo contra su pecho. Sus dedos trazaban patrones perezosos en su espalda mientras la realidad comenzaba a filtrarse nuevamente.
Finalmente, Ashton se movió para mirarla. Había una vulnerabilidad en sus ojos que Aurah nunca había visto antes.
—¿Estás bien? —preguntó suavemente.
Ella sonrió, acariciando su mejilla.
—Más que bien.
Permanecieron en silencio unos minutos más, recuperando el aliento, procesando lo que acababa de suceder. Ashton se movió primero, besándola ligeramente antes de separarse para deshacerse del preservativo. Cuando volvió, se recostó junto a ella en el estrecho sofá, acomodándola contra su pecho.
—Esto complica las cosas —dijo finalmente, aunque no había arrepentimiento en su voz.
—Las cosas ya estaban complicadas —respondió Aurah, trazando círculos en su pecho—. Solo las hemos hecho más... interesantes.
Ashton sonrió, besando su frente.
—Interesantes —repitió—. Una forma de decirlo.
Aurah levantó la vista para mirarlo.
—¿Te arrepientes?
La pregunta flotó entre ellos, cargada de implicaciones. Ashton la consideró seriamente antes de responder.
—No —dijo finalmente—. Probablemente debería, pero no. No me arrepiento.
Se besaron de nuevo, más lentamente esta vez, saboreándose mutuamente. Las manos volvieron a explorar, redescubriendo, y pronto el deseo se reavivó. Esta vez fue Aurah quien tomó el control, empujando a Ashton hasta tenerlo de espaldas en el sofá y montándolo con una confianza que lo dejó sin aliento.
—Dios, eres hermosa —murmuró él, sus manos acariciando sus caderas mientras ella se movía sobre él.
La segunda vez fue más lenta, más controlada. Se tomaron el tiempo para aprender el cuerpo del otro, para descubrir qué los hacía gemir, qué los llevaba al límite. Cuando el clímax los alcanzó, fue como una ola que los arrastró a ambos a la vez, dejándolos jadeantes y satisfechos.
Después, se vistieron en un silencio cómodo, lanzándose miradas y sonrisas que hablaban más que las palabras. Ashton ordenó el despacho mientras Aurah arreglaba su cabello frente al pequeño espejo junto a la puerta.
—¿Cena? —preguntó él, acercándose para abrazarla por detrás—. Conozco un lugar discreto cerca de aquí.
Aurah se giró en sus brazos, sorprendida por la invitación.
—¿Estás seguro? Pensé que querrías mantener esto...
—¿En secreto? —completó él—. Sí, probablemente deberíamos. Pero eso no significa que no pueda invitarte a cenar.
Ella sonrió, besándolo ligeramente.
—Me encantaría.
Salieron de la oficina separados pero conscientes el uno del otro, como imanes que sienten la atracción incluso a distancia. En el ascensor, sus dedos se rozaron brevemente, un recordatorio de lo que acababan de compartir.
La cena fue sorprendentemente relajada. Hablaron de todo menos de trabajo: de libros, de música, de películas. Ashton resultó ser un conversador fascinante cuando se permitía bajar la guardia. Reía más fácilmente, gesticulaba con pasión al hablar de arte, escuchaba con genuino interés las opiniones de Aurah.
Cuando la velada terminó, se despidieron en la calle con un beso casi casto, conscientes de los ojos que podrían estar observando.
—Buenas noches, Aurah —dijo él, sus ojos prometiendo mucho más que sus palabras.
—Buenas noches, Ashton.
Tomaron taxis separados. En el camino a casa, Aurah revivió cada momento de la noche: cada caricia, cada palabra, cada gemido. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras miraba las luces de la ciudad pasar.
Lo que no sabía era que, mientras ella llegaba a su apartamento, Ashton ya estaba arrepintiéndose. No del acto en sí, sino de lo que significaba. De las complicaciones que traería. De los sentimientos que había estado negando y que ahora amenazaban con desbordarse.
Cuando Aurah revisó su teléfono antes de dormir, esperando quizás un mensaje de él, no encontró nada. Se dijo a sí misma que era normal, que ambos necesitaban procesar lo sucedido, que mañana sería otro día.
Pero mientras se quedaba dormida, una pequeña parte de ella se preguntaba si el límite que habían roto esa noche era uno que jamás debería haberse cruzado.