Capítulo 20

POV CLARA

En casa me preparo con cuidado. Me pongo un vestido color coral de corte sencillo hasta la mitad de los muslos, con mangas largas y un escote en V moderado. Complemento con zapatos de tacón en color negro, un cinturón a la cintura del mismo color y unos aritos de oro.

Decido llevar el cabello suelto y alisado, con una pequeña trenza en un lado para mantenerlo fuera de mi rostro. Me maquillo de manera sencilla, con una base ligera, un poco de rubor, máscara de pestañas y un labial nude.

—¡Dios mío! —exclama Marina apareciendo de la nada, haciéndome saltar del susto. Suelta una risa—. ¿A dónde vas tan hermosa?

—A la casa de Hernán —contesto haciendo una mueca de indecisión—. Estoy nerviosa, dijo que iba a darme las respuestas que necesitaba.

—Ay, Clarita… tengo miedo de que vayas —expresa soltando un suspiro. Se acerca a mí y toma mis manos—. ¿Te sientes segura estando cerca de él?

Me encojo de hombros.

—La verdad que sí —respondo—. Hay algo en él que me hace sentir… protegida.

—Está bien, pero no dudes en llamarme si me necesitas —expresa antes de darme un abrazo.

—Lo haré. Gracias, Marina —le digo, devolviéndole el abrazo con fuerza.

A las ocho en punto, el timbre suena y mi corazón da un vuelco. Abro la puerta y allí está Hernán, vestido con un traje negro impecable. Su camisa blanca y su corbata gris añaden un toque elegante, y no puedo evitar notar lo atractivo que se ve. Su porte firme y seguro hace que mi corazón lata aún más rápido. Dios mío, ¿cómo puede verse tan sexy solo… respirando?

—Hola, Clara —saluda con una sonrisa que hace que mis rodillas se sientan un poco débiles—. ¿Lista?

—Sí, estoy lista —respondo, tratando de mantener mi voz estable.

Antes de que podamos salir, Marina aparece en la sala, mirando a Hernán con detenimiento.

—Cuida bien de mi prima —le dice con tono amistoso, pero con una nota de advertencia. Luego, se vuelve hacia mí—. Diviértete, Clara. Nos vemos más tarde.

—Gracias, Marina. Nos vemos —respondo, sonriéndole. A veces creo que es mi mamá.

Salimos juntos y no puedo evitar sentirme pequeña a su lado. Hernán me abre la puerta del coche y yo me deslizo dentro, notando el aroma familiar y embriagador que siempre lleva consigo. Mientras él se acomoda en el asiento del conductor, siento mi estómago estrujarse de nervios.

El coche arranca y el silencio se instala entre nosotros, solo se escucha el suave murmullo del motor y el roce del asfalto bajo las ruedas. Miro por la ventana, observando las luces de la ciudad que pasan velozmente, intentando calmar mis pensamientos.

—Te ves hermosa esta noche —dice Hernán de repente, mirándome de reojo.

—Gracias —respondo, sintiendo cómo mis mejillas se ruborizan—. Tú también te ves muy bien.

Hernán sonríe y asiente, manteniendo la vista en la carretera.

El auto sigue su curso y, poco a poco, las luces de la ciudad comienzan a dispersarse, dando paso a un paisaje más tranquilo y sereno.

—¿Quieres poner música? —me pregunta, señalando el estéreo.

—Em… ¿falta mucho para llegar? —cuestiono con tono dubitativo.

—Diez minutos como mucho —replica esbozando una pequeña sonrisa.

—Entonces no —digo encogiéndome de hombros.

—Te gusta el silencio —expresa.

—Sí, aunque suene un poco anti…

—Es curioso, a mí también me gusta el silencio —comenta—. A no ser que sea interrumpido con tus jadeos y gemidos —agrega mirándome con intensidad.

Me quedo sin palabras, sintiendo cómo el calor sube a mis mejillas. Trago saliva y trato de mantener la compostura, pero la mirada de Hernán me tiene completamente atrapada.

—¿Siempre eres así de directo? —pregunto, tratando de sonar casual, aunque mi corazón late a mil por hora.

Hernán sonríe y desvía la vista hacia la carretera.

—Solo cuando estoy seguro de lo que quiero —responde con un tono bajo y seductor.

Mi mente está a mil, tratando de procesar sus palabras y la forma en que me hacen sentir. El paisaje continúa cambiando, volviéndose cada vez más tranquilo y alejado del bullicio de la ciudad. Finalmente, el coche se detiene frente a una casa elegante y acogedora, rodeada de árboles y con luces cálidas que iluminan el camino hacia la entrada.

—Llegamos —anuncia Hernán, saliendo del coche para abrirme la puerta.

—Gracias —digo, tomando su mano para salir.

La casa es aún más hermosa por dentro, con una decoración combinada de madera y piedra y una atmósfera íntima. Hernán me guía hacia el salón, donde una chimenea encendida añade un toque de calidez al ambiente.

—Es realmente hermoso —digo, admirando el entorno.

—Me alegra que te guste. Quería que estuviéramos en un lugar donde pudiéramos relajarnos y hablar con tranquilidad —responde Hernán, mirándome con una intensidad que me hace sentir especial.

Me hace un gesto para que me siente en el sofá y me ofrece una copa de vino.

—La comida va a estar lista en unos minutos —manifiesta entrando a la cocina.

Me quedo mirando a la nada mientras tomo mi bebida y, al final, decido ir a hacerle compañía. Me siento incómoda estando sola en la sala.

—¿Te importa si te hago compañía? —pregunto, apoyándome en el marco de la puerta.

Hernán se gira y me sonríe.

—Claro que no, me encantaría —responde, y su sonrisa hace que me sienta más relajada.

Me acerco y me siento en uno de los taburetes altos, observándolo mientras cocina. Se quitó el saco y tiene las mangas arremangadas hasta los codos, dejando notar un tatuaje que no distingo del todo.

Hernán está estirando la masa de una pizza sobre la encimera, y no puedo evitar notar lo hábiles y seguros que son sus movimientos. Cada vez que usa el rodillo para aplanar la masa, sus músculos se tensan y relajan de una manera que me resulta increíblemente sensual.

—¿Haciendo pizza? —pregunto, sonriendo mientras observo cómo la masa se va transformando bajo sus manos. Es una pregunta muy tonta, lo sé.

—Sí, es una de mis especialidades. Nada como una buena pizza hecha en casa —responde, levantando la masa y dándole forma con destreza.

El aroma de la masa fresca y los ingredientes comienzan a llenar la cocina, y mi panza gruñe de hambre. Hernán suelta una risita mientras extiende la masa con una precisión que me deja fascinada, me encuentro hipnotizada por la manera en que sus manos se mueven.

—¿Te gustaría ayudarme a poner los ingredientes? —pregunta, mirándome con una sonrisa traviesa.

—Claro, me encantaría —respondo, levantándome para unirme a él en la encimera.

Hernán me pasa la salsa de tomate, y yo comienzo a extenderla sobre la masa con una cuchara mientras él corta rodajas de mozzarella y las coloca cuidadosamente sobre la pizza. Nuestras manos se rozan, y siento un cosquilleo que recorre mi piel.

—¿Cuál es tu ingrediente favorito para la pizza? —me pregunta, mirándome a los ojos.

—Me encanta el jamón —respondo, disfrutando de la cercanía y la complicidad del momento.

—Entonces, vamos a ponerle mucho de eso —dice, sonriendo mientras añade generosamente los ingredientes.

Seguimos trabajando juntos, añadiendo queso, jamón y otras delicias a la pizza. Cada movimiento, cada interacción, se siente cargada de una tensión suave, pero palpable. Es como si este simple acto de cocinar juntos estuviera creando un vínculo más profundo entre nosotros.

—Listo, al horno —anuncia Hernán, deslizando la pizza sobre una bandeja y colocándola en el horno precalentado.

Nos miramos y sonreímos, satisfechos con nuestro trabajo en equipo. Me doy cuenta de que estoy disfrutando más de lo que imaginé, y la presencia de Hernán hace que todo se sienta especial.

—La pizza estará lista en unos quince minutos. Mientras tanto, ¿te gustaría tomar otro poco de vino? —me ofrece, llenando mi copa nuevamente.

—Por supuesto —respondo, tomando un sorbo y sintiendo el cálido líquido que me relaja aún más.

Se posiciona frente a mí, atrapándome entre su cuerpo y la encimera, y desliza una mano sobre mi cuello desnudo. Lo miro a los ojos por unos instantes y me sorprendo ante lo brillante y dilatadas que están sus pupilas.

—Gracias por venir, Clara —susurra con tono grave, haciéndome estremecer.

—Gracias por invitarme —respondo en un murmullo.

Sus dedos acarician suavemente mi cuello, provocando un escalofrío que recorre mi espalda. La cercanía entre nosotros es casi abrumadora, y puedo sentir el calor de su cuerpo irradiando hacia el mío. Inspiro con fuerza y siento ese aroma exquisito inundando mis fosas nasales.

—Sabes, he estado pensando en ti mucho últimamente —confiesa Hernán en voz baja y profunda.

—Ah, ¿sí? —pregunto, mi corazón late con tanta fuerza que estoy segura que lo siente a través de la tela.

—Sí. Hay algo en ti, Clara, algo que me atrae de una manera que no puedo explicar —dice, acercándose un poco más. Su aliento cálido roza mi piel, y me siento atrapada en su mirada.

—Hernán... —murmuro, sintiendo cómo mi resistencia se derrite.

De repente, sus labios se encuentran con los míos en un beso suave y apasionado. Mis manos se deslizan por su espalda, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo la tela de su camisa. El mundo a nuestro alrededor parece desvanecerse mientras nos perdemos en la intensidad del momento.

Justo en ese instante, una visión golpea mi mente con la fuerza de un rayo. Veo imágenes fugaces de un bosque oscuro, una luna llena iluminando el cielo, y una figura transformándose en un lobo. La visión es tan vívida que casi puedo sentir la brisa fresca y el olor a tierra húmeda.

Me aparto bruscamente de Hernán, jadeando y con los ojos muy abiertos.

—Clara, ¿estás bien? —cuestiona con tono preocupado, sosteniéndome de la cintura porque mis piernas se aflojan.

—¿Qué… qué fue eso? —pregunto con la boca reseca. Frunce el ceño.

—Un beso —responde.

—No, las imágenes… —expreso confundida. Me mira con seriedad.

—¿Qué viste? —quiere saber. No respondo, simplemente me quedo mirándolo—. Clara, ¿qué viste? —repite.

Estoy por responder cuando todo se tambalea a mi alrededor y termino desvaneciéndome en sus brazos. 

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