La luz de la mañana se filtraba a través de la pared de vidrio cuando Lena entró en la oficina de Adrian. Sus pasos eran seguros, pero su respiración se había acelerado desde el momento en que traspasó la puerta. Era imposible olvidar lo que había pasado en el ascensor el día anterior. El fantasma de sus labios en su cuello la había perseguido toda la noche.
Lena había elegido cuidadosamente su atuendo: pantalón negro de tiro alto que acentuaba su cintura y una blusa de gasa color crema que, bajo la luz adecuada, revelaba sutilmente el contorno de su sujetador. No era provocativo, pero tampoco completamente inocente.
Adrian estaba de pie tras su escritorio, la mirada clavada en unos documentos. Cuando alzó la vista, sus ojos la recorrieron con una intensidad que hizo que el aire se espesara inmediatamente.
El aroma de café caro y madera encerada llenaba el espacio, pero debajo de esos olores familiares, Lena percibió esa fragancia que ya asociaba exclusivamente con él: cedro, especias y algo indefiniblemente masculino que hacía que su pulso se disparara.
—Buenos días —logró decir, aunque su voz sonó más suave de lo que pretendía.
Adrian no respondió inmediatamente. Sus ojos se habían oscurecido ligeramente, y Lena vio cómo su mandíbula se tensaba. Era como si estuviera escuchando algo que ella no podía oír.
Finalmente, señaló el contrato extendido sobre la mesa.
—Leí su expediente... es más interesante de lo que esperaba.
—Espero que eso sea bueno —respondió ella, esbozando una sonrisa que esperaba fuera más confiada de lo que se sentía.
Había algo en la forma en que la miraba que le decía que no hablaba solo de su currículum. Había una intensidad en sus ojos que parecía desnudarla capa por capa, como si pudiera ver mucho más de lo que ella había revelado en papel.
Se acercó al escritorio, consciente de cada movimiento bajo su escrutinio. Cuando se inclinó para revisar el contrato, su cadera rozó la esquina de la mesa. Al incorporarse para alcanzar el bolígrafo que Adrian tenía en su mano, su mano tocó accidentalmente la de él.
El contacto fue como tocar un cable eléctrico.
La piel de Adrian era fría, pero el calor de ella pareció propagarse instantáneamente por sus dedos. En lugar de apartarse, él giró la mano y atrapó suavemente los dedos de Lena, como si estuviera examinando el bolígrafo que sostenía.
—¿Es necesario? —murmuró ella, refiriéndose al bolígrafo, pero ambos sabían que hablaba del contacto.
El pulgar de Adrian comenzó a trazar círculos lentos sobre el dorso de su mano. La fricción era mínima, pero suficiente para que la respiración de Lena se volviera más profunda. El movimiento hizo que su blusa se tensara ligeramente, abriendo apenas el escote.
Los ojos de Adrian siguieron ese movimiento con una concentración que hizo que el estómago de ella diera un vuelco.
—Depende —respondió él, su voz más ronca—. ¿De qué estás hablando exactamente?
Lena no tuvo oportunidad de responder. Adrian dio un paso hacia adelante, y la luz del ventanal quedó detrás de él, creando una sombra que la envolvió completamente. Su torso rozó el de ella en un contacto tan sutil que podría haber sido accidental.
Pero no lo era. Nada de lo que Adrian hacía era accidental.
—Podría pensar que lo hace a propósito —murmuró él, tan cerca que ella pudo ver las motas doradas en sus iris.
Lena sintió una ola de calor que la sorprendió.
—¿Hacer qué? —susurró.
Los ojos de Adrian se oscurecieron hasta volverse casi negros. Ladeó la cabeza como si fuera a inspeccionar un mechón suelto de su cabello, pero en lugar de eso, su nariz rozó la piel sensible de su cuello.
El aroma de ella lo golpeó como una ola. Jabón limpio, vainilla suave y debajo de todo eso, algo únicamente suyo que hacía que sus sentidos se dispararan. Sintió cómo su lengua se presionaba involuntariamente contra un colmillo que amenazaba con salir.
Lena se quedó completamente inmóvil. Sus dedos se crisparon sobre el borde de la mesa, como si estuviera aguantando una descarga eléctrica que recorriera todo su cuerpo. La cercanía de él era abrumadora; podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo a pesar de la frialdad de su piel.
—Señor Raven... Adrian —murmuró sin darse cuenta, y el sonido de su voz diciendo su nombre de pila pareció electrificarlo.
Él inclinó apenas la cabeza y dejó que sus labios rozaran su piel, sin presionar, sin morder. Solo un contacto fantasma que contrastaba el calor húmedo de su boca con el frío de su aliento.
Lena dejó escapar un jadeo breve, involuntario. Sus muslos se presionaron instintivamente, buscando alivio para una tensión que no sabía nombrar. El sonido pareció despertar algo primitivo en Adrian.
Por un segundo, la visión de un hilo de sangre bajando por ese cuello perfecto nubló su razón. Se imaginó el sabor de ella, dulce y cálido, llenando su boca mientras...
Se apartó de golpe, como si hubieran sido interrumpidos, aunque la oficina estaba completamente vacía.
Sus manos se cerraron en puños a los costados, los nudillos blancos por la tensión. Lena lo vio luchar contra algo interno, algo que parecía estar desgarrándolo por dentro.
—El contrato —dijo con voz tensa—. Deberías firmarlo.
Lena parpadeó, tratando de recuperar la compostura. Sus manos temblaban ligeramente cuando tomó el bolígrafo. El trazo de su firma fue firme a pesar del temblor interno que sentía.
—Bienvenida a RavenCorp —dijo Adrian una vez que la tinta se secó.
—Gracias, Sr. Raven —respondió ella, intentando recuperar la formalidad.
Pero él se acercó nuevamente, eliminando cualquier pretensión de distancia profesional. Sus ojos estaban clavados en los de ella con una intensidad que la hizo sentir como si estuviera siendo cazada.
—Adrian —la corrigió—. Cuando estemos solos, es Adrian.
La implicación de sus palabras la golpeó. Cuando estemos solos. Como si fuera inevitable que pasaran tiempo a solas, como si ya fuera un hecho establecido.
—¿Y cuándo no estemos solos? —preguntó, sorprendiéndose de su propia audacia.
Una sonrisa peligrosa curvó los labios de Adrian.
—Cuando no estemos solos, seguirás siendo mi empleada. Simplemente, estos momentos serán nuestro secreto.
¿Por qué Lena permitía esto? ¿Qué estaba pasando con ella?
Lena recogió la carpeta con manos que aún temblaban sutilmente. Necesitaba distancia, necesitaba aire, necesitaba espacio para procesar lo que acababa de pasar entre ellos.
Cuando se dirigió hacia la puerta, sintió su mirada como una caricia física sobre su nuca.
—Lena —la llamó cuando ya tenía la mano en el picaporte.
Se detuvo sin volverse.
—No deberías estar tan tranquila con esto... —hizo una pausa, y cuando continuó, su voz sonaba como terciopelo sobre acero afilado—. Deberías alejarte, si eres astuta. O no podré detenerme.
No era una advertencia casual. Había algo en su tono que le decía que hablaba completamente en serio. Había una amenaza implícita en sus palabras, pero también una promesa.
—¿Y si no quiero que te detengas? —preguntó sin volverse, sin pensar en lo que decía.
El silencio que siguió fue tan denso que podía cortarlo con un cuchillo. Cuando Adrian finalmente habló, su voz era apenas un gruñido:
—Entonces ninguno de los dos sobrevivirá a lo que pasaría después.
Lena abrió la puerta y una corriente de aire frío del pasillo la erizó, contrastando dramáticamente con el calor sofocante que había dejado atrás. Cuando se alejó, sabía que Adrian seguía de pie tras el escritorio, los ojos oscuros clavados en la línea de su cuello hasta que la puerta se cerró entre ellos.
Caminó por el pasillo con pasos que esperaba fueran firmes, pero su corazón latía tan fuerte que estaba segura de que él podía escucharlo a través de la puerta cerrada.
Lena cubrió su boca al salir, sorprendida de que parte de ella quisiera regresar, quería descubrir exactamente qué había querido decir con esa última advertencia.
Quería saber qué pasaría si realmente perdía el control.
Lo que no sabía era que, detrás de la puerta que había cerrado, Adrian permanecía inmóvil, luchando contra impulsos que no había sentido con tal intensidad en décadas. Sus colmillos habían salido completamente, y sus manos temblaban por la necesidad de seguirla, de reclamarla, de hacerla suya de formas que ella aún no podía comprender.
El aroma de ella permanecía en el aire como un fantasma seductor, recordándole exactamente lo que estaba tratando de resistir.
Era la primera vez que Adrian Raven no estaba seguro de poder mantener el control.