Olor Prohibido

Lena llegó a las seis y quince de la mañana.

El vestíbulo de RavenCorp estaba sumido en un silencio absoluto que hacía eco con cada uno de sus pasos. Las luces funcionaban a media intensidad, creando sombras suaves entre las columnas de mármol. El aire olía a limpieza recién hecha y café fresco que se filtraba desde alguna oficina lejana.

Se había duchado apenas veinte minutos antes, el vapor aún tibio en su piel cuando eligió la blusa de seda color crema y la falda negra que se ajustaba perfectamente a sus caderas. Su cabello caía suelto sobre los hombros, todavía húmedo en las puntas, impregnado del aroma suave de su champú de vainilla.

Quería causar buena impresión en su primer día. Nada más que eso.

Al menos, eso se decía a sí misma mientras el recuerdo de la mirada de Adrian Raven la había mantenido despierta la mayor parte de la noche.

—El ascensor principal está fuera de servicio temporalmente —le informó el guardia de seguridad, señalando hacia un pasillo lateral—. Puede usar el ascensor privado, por ahí. Sube directo al piso 58.

Lena asintió y siguió la dirección indicada. Sus tacones se hundían en la alfombra espesa mientras avanzaba por el corredor iluminado por ventanales altos que filtraban la luz del amanecer. Los cuadros en las paredes parecían observarla con sus formas abstractas y colores oscuros.

La puerta al final del pasillo era de madera oscura, sin identificación. La abrió con cuidado y se encontró de frente con un muro sólido de traje negro.

Adrian Raven.

Su mano se estrelló contra su pecho antes de que pudiera detenerse. El contacto fue como tocar mármol tibio, firme y sorprendentemente real bajo sus palmas. El calor de sus dedos pareció penetrar la tela cara de su camisa, y por un momento ninguno de los dos se movió.

—Llegaste antes de lo que esperaba —murmuró él, su voz más ronca de lo que recordaba.

Los ojos de Adrian se oscurecieron en el momento en que la percibió completamente. Sus pupilas se dilataron como las de un depredador nocturno adaptándose a la luz, y Lena vio cómo un músculo se tensaba en su mandíbula.

—Quiero aprender rápido —logró decir, aunque su voz sonó más suave de lo que pretendía.

No hablaban de trabajo. Ambos lo sabían.

El ascensor era estrecho, demasiado íntimo para dos personas que acababan de conocerse. Adrian retrocedió un paso, pero en lugar de crear distancia, extendió un brazo para apoyarse en la pared junto a la cabeza de ella, encerrándola entre su cuerpo y la superficie fría.

—Ese olor... —murmuró, inclinándose ligeramente hacia ella—. Es un problema para mí.

Lena sintió cómo su respiración se aceleraba. La rodilla de Adrian rozó la suya, un contacto aparentemente casual que envió ondas de calor por toda su pierna.

—¿Por qué? —preguntó, sorprendiéndose de su propia audacia.

—Porque me hace querer... —Adrian se interrumpió, mordiéndose el labio inferior con una fuerza que hizo que Lena se preguntara si se había lastimado.

La intensidad de su mirada la tenía hipnotizada. No entendía qué estaba pasando entre ellos, pero su cuerpo respondía de formas que no sabía controlar. El aire se espesó, cargado de una tensión que podía sentir en cada centímetro de su piel.

Adrian se acercó más, tanto que ella pudo contar las motas doradas en sus iris. Su respiración era fresca pero quemaba como fuego cuando rozó su mejilla.

—¿Qué te hace querer? —susurró ella, las palabras saliendo antes de que pudiera detenerlas.

En lugar de responder, Adrian deslizó su nariz por el borde de su cuello, inhalando lentamente. No era un contacto completo, apenas un roce, pero fue suficiente para que las rodillas de Lena temblaran.

Su aliento era húmedo y fresco contra su piel, pero la quemaba como si hubiera pasado fuego por su garganta. Lena sintió cómo se le erizaba cada vello del cuerpo, cómo su pulso se disparaba hasta convertirse en un martilleo salvaje.

—Esto —murmuró Adrian contra su cuello—. Me hace querer esto.

Sin previo aviso, rozó sus labios por la línea donde el cuello se unía con el hombro. No fue exactamente un beso; fue algo más primitivo, más íntimo. Su lengua se detuvo un segundo sobre su piel, presionando, saboreando.

Lena dejó escapar un jadeo involuntario. Su espalda se arqueó hacia él por instinto, buscando más contacto, más cercanía. No entendía la intensidad de su reacción, pero tampoco podía combatirla.

Adrian se apartó bruscamente, como si hubiera sido quemado. Sus ojos estaban completamente negros ahora, y había algo diferente en la forma de sus labios. Algo que desapareció antes de que ella pudiera identificarlo.

Antes de que pudiera alejarse completamente, atrapó su muñeca con una gentileza que contrastaba con la ferocidad de su mirada. Su pulgar encontró el punto donde su pulso latía salvajemente, presionando ligeramente.

—Tu corazón —murmuró, como si estuviera escuchando música—. Late tan fuerte que puedo sentirlo en mis propios huesos.

El contacto era tan íntimo que Lena cerró los ojos, esperando... algo. Un beso, quizás. O tal vez que la presionara contra la pared y terminara lo que habían empezado. Pero cuando abrió los ojos, Adrian ya se había alejado.

—Deberíamos... entrar —dijo él, su voz tensa.

Abrió la puerta de cristal de su oficina y le hizo un gesto para que pasara. Cuando Lena se movió, sintió su presencia detrás de ella como una sombra cálida. Su mano rozó apenas la parte baja de su espalda, un contacto tan ligero que podría haber sido imaginario, pero que envió ondas de electricidad por toda su columna vertebral.

La oficina estaba exactamente igual que el día anterior, pero ahora se sentía diferente. Más pequeña. Más cargada.

Adrian cerró la puerta tras ellos con un clic suave que resonó como una promesa.

—No tienes idea de lo que me provocas —murmuró, su boca tan cerca de su oreja que ella sintió el roce de sus labios.

Lena giró su rostro para mirarlo por encima del hombro, y se encontró con esa mirada depredadora clavada en sus labios. Luego bajó al cuello, al lugar donde aún podía sentir el fantasma de su boca. No venía a esto. No entendía lo que ocurría con ella.

—Yo tampoco entiendo lo que me está pasando —admitió honestamente.

—Si me acerco más... —Adrian hizo una pausa, como si estuviera luchando contra algo interno—. No voy a poder parar.

La advertencia debería haberla asustado. En cambio, sintió cómo algo profundo y primitivo despertaba en su vientre.

—Entonces no se acerque —dijo, pero no se movió. No hizo nada para alejarse de él.

Durante un momento que se sintió como una eternidad, permanecieron así. La respiración de Adrian rozando su nuca, el calor de su cuerpo envolviendo la espalda de ella como una promesa no cumplida.

Entonces, como si se hubiera roto un hechizo, Adrian dio un paso atrás.

Lena sintió inmediatamente la pérdida de su calor, un vacío que la hizo querer girarse y reclamar esa proximidad. Pero él ya estaba caminando hacia su escritorio con movimientos controlados, demasiado controlados.

Abrió un cajón y sacó un pequeño frasco de vidrio oscuro. Lena no pudo ver qué contenía, pero cuando Adrian destapó el frasco y lo acercó a su nariz, inhalando profundamente, algo cambió en su postura. La tensión de sus hombros se relajó ligeramente. 

Luego de cerrarlo, se acercó a ella nuevamente, pero esta vez mantuvo una distancia segura. Sus ojos habían recuperado ese color café oscuro, aunque seguían brillando con una intensidad que la hacía estremecerse.

—Lena —dijo su nombre como si fuera una oración, o quizás una maldición—. Necesito que recuerdes el documento de confidencialidad, porque habrá cosas de mí que no entenderás. 

—Es mí trabajo, señor Raven —lo interrumpió.

Adrian sonrió, pero no era una sonrisa tranquilizadora. Era peligrosa, llena de promesas oscuras.

—Serás una buena empleada, y te quedarás cerca. ¿Está bien? 

El peso de sus palabras se instaló entre ellos como una profecía. Lena sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.

—Para eso me paga, señor —respondió en un susurro.

La sonrisa de Adrian se ensanchó, mostrando dientes perfectamente blancos.

—Y selecciono muy bien a mis empleados.

Lena debería haberse sentido alarmada por la posesividad en su voz. En cambio, sintió cómo algo profundo y desconocido respondía con una necesidad que la asustaba y la emocionaba a la vez.

—Señor Raven… no entiendo lo que está pasando entre nosotros —admitió.

Adrian rio con superioridad.

—No necesitas entenderlo, solo mantenerte cerca —murmuró Adrian, acercándose lo suficiente para que ella sintiera su calor.

No era una amenaza. Era una promesa.

Y lo más perturbador de todo era que, en lugar de asustarla, esa declaración posesiva encendió algo en ella que no sabía que existía. Algo que respondía a la oscuridad en él con una necesidad que no entendía pero que no podía negar.

Cuando Adrian se alejó finalmente, dejándola sola junto a la ventana mientras él se dirigía a su escritorio para comenzar el día laboral, Lena se tocó el lugar donde había rozado sus labios contra su cuello.

Aún podía sentir el fantasma de su boca sobre su piel, y sabía que esa sensación la perseguiría mucho después de que terminara su primer día de trabajo.

También sabía que, fuera lo que fuera lo que Adrian Raven ocultaba, ya era demasiado tarde para alejarse.

Ya era suya, aunque no entendiera completamente lo que eso significaba.

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