Ya llevaba dos semanas en la empresa, pero no terminaba de acostumbrarse al silencio del piso cincuenta y ocho una vez que se vaciaba, y el eco de los últimos empleados resonaba desde las escaleras, mezclándose con el zumbido distante de los ascensores que subían y bajaban en su danza mecánica de despedida.
Lena caminaba con paso firme hacia el hall de ascensores, una carpeta gruesa presionada contra su pecho como un escudo. Había sido un día particularmente agotador—tres reuniones consecutivas, dos reportes urgentes y la constante sensación de que alguien la observaba desde las sombras de las oficinas ejecutivas. No que fuera algo nuevo; desde hacía semanas tenía esa extraña percepción de estar siendo estudiada, como si fuera un ejemplar bajo un microscopio.
El sonido de una puerta al cerrarse la hizo voltear. Adrian Raven emergió de la sala de juntas principal, y algo en su postura la hizo contener involuntariamente la respiración. Llevaba el mismo traje impecable de siempre—negro, perfectamente cortado—pero el nudo de su corbata estaba aflojado, y había algo en la manera en que mantenía los hombros tensos y la mirada fija al frente que parecía peligroso. No como un hombre cansado después del trabajo, sino como un depredador conteniendose.
Sus pasos no producían sonido alguno en el suelo de mármol.
—¿Baja ahora? —preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca. Su voz sonaba más grave de lo usual, como si hubiera estado en silencio durante horas.
—Sí —respondió ella.
—Entonces voy con usted.
No fue una pregunta. Fue una declaración, dicha con la misma certeza con la que alguien podría decir que el sol sale cada mañana. Lena asintió, aunque una parte de su cerebro le gritaba que encontrara una excusa, que tomara las escaleras, que hiciera cualquier cosa menos quedar encerrada en un espacio reducido con Adrian, más aún cuando tenía esa mirada hambrienta.
Pero ya era tarde. Él había extendido el brazo para presionar el botón, y las puertas metálicas se deslizaron silenciosamente.
El interior del ascensor era un cubo de acero pulido con un espejo lateral que reflejaba infinitamente la luz tenue del techo. Lena entró primero, dirigiéndose instintivamente hacia la pared trasera, donde se recargó tratando de parecer casual. Adrian la siguió, y cuando las puertas se cerraron, el espacio pareció encogerse instantáneamente.
Se colocó frente al panel de botones, pero no los presionó inmediatamente. En cambio, se quedó ahí, a escasos centímetros de ella, lo suficientemente cerca como para que pudiera ver la línea perfecta de su mandíbula cuando ladeaba ligeramente la cabeza para mirarla de reojo. El aire entre ellos se espesó, cargándose de una tensión que sentía vibrar en cada terminación nerviosa.
Adrian presionó el botón de la planta baja, y el ascensor comenzó su descenso suave. Lena se dio cuenta de que podía oler su colonia, pero debajo había algo más, algo que no podía identificar pero que hacía que su pulso se acelerara.
El olor de ella había cambiado a lo largo del día. Adrian lo percibió inmediatamente: la fragancia herbal que usualmente detectaba en su trabajo, ahora tenía un matiz más cálido, más dulce. Era el cansancio, el calor acumulado de las horas, el cambio sutil en la química de su piel que la hacía oler más... humana. Más vulnerable. El cambio lo golpeó como un puño directo al centro del pecho, despertando algo que había estado conteniendo durante semanas.
Sus sentidos se agudizaron sin permiso. Podía oír cada inhalación suya, cada pequeño movimiento de su ropa contra su piel, el roce casi imperceptible de sus dedos contra el papel de la carpeta. Y por debajo de todo eso, constante como un tambor, el sonido que lo estaba volviendo loco: su pulso.
El ascensor se sacudió bruscamente.
Lena se aferró a la carpeta mientras las luces parpadearon una vez, dos veces, y luego se quedaron en una iluminación tenue. El motor se detuvo con un gemido mecánico, y el silencio que siguió fue absoluto.
—¿Qué...? —comenzó a decir ella, pero Adrian ya había extendido un brazo para apoyarse en la pared, justo por encima de su hombro.
Su brazo rozó su hombro y la parte superior de su pecho cuando el ascensor se movió ligeramente al detenerse por completo. El contacto fue breve, accidental, pero Lena lo sintió como un choque eléctrico que se extendió desde el punto de contacto hasta la punta de sus dedos. Sus ojos se encontraron en el reflejo del espejo lateral, y por un momento ella vio algo salvaje destrellar en las pupilas de él, antes de que volviera a controlar su expresión.
—Se quedó sin energía —murmuró Adrian, pero no retiró el brazo. Su voz sonaba extraña, como si estuviera haciendo un esfuerzo consciente por modular cada palabra.
El silencio en el ascensor era diferente al silencio de una habitación vacía. Era denso, opresivo, lleno de posibilidades. Lena podía oír su propia respiración, que se había vuelto ligeramente errática, y se preguntó si él también podía oírla. No sabía que Adrian no solo podía oírla. Podía sentir cada cambio en el ritmo, cada pequeña aceleración cuando sus ojos se encontraban, cada pausa cuando él se movía imperceptiblemente más cerca.
Adrian cerró los ojos por un momento, y algo cambió en él. Su postura se volvió más fluida, más animal. Era como si hubiera soltado las riendas de algo que había estado controlando férreamente, permitiendo que una parte más primitiva de sí mismo tomara el control. Cuando volvió a abrir los ojos, Lena vio que sus pupilas se habían dilatado.
Podía oír su corazón como si lo tuviera pegado al oído. El latido era rápido, acompasado al temblor casi imperceptible de sus dedos contra la carpeta. Era un sonido embriagador, hipnótico, que despertaba en él una hambre que había estado negando durante demasiado tiempo.
—Su pulso... —murmuró, su voz apenas un susurro grave que parecía vibrar en el aire entre ellos.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Lena, y su voz sonó más aguda de lo que pretendía.
Adrian ladeó la cabeza, estudiándola con una intensidad que la hizo sentir como si pudiera ver a través de su piel, hasta sus huesos.
—Podría describirlo con exactitud —dijo, cada palabra medida, controlada—. Pero prefiero escucharlo.
Algo en su tono—esa mezcla de control y hambre—hizo que el aire en el ascensor se sintiera más espeso. Lena se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración y la soltó en un suspiro tembloroso que pareció resonar en el espacio cerrado.
Adrian dio un paso hacia ella. Solo uno, pero fue suficiente para que quedara completamente acorralada contra la pared metálica. No la tocaba—sus manos estaban apoyadas a cada lado de su cuerpo, creando una jaula de brazos—pero el calor de su torso se filtraba a través de la tela de su traje, casi rozando su pecho. Podía sentir su aliento golpear suavemente el lado de su cuello, y el aroma de su piel llenó completamente sus sentidos.
Era una tortura exquisita. Cada fibra de su ser le gritaba que la tocara, que presionara su boca contra el pulso que latía visiblemente en su garganta, que probara esa sangre que podía oler corriendo cálida y dulce bajo su piel. Pero se contuvo, manteniéndose en el filo de su autocontrol como un equilibrista sobre un cable.
La carpeta se resbaló de las manos de Lena, pero tanto ella como Adrian la sujetaron al mismo tiempo. Sus dedos se rozaron, y una vez más, el contacto fue como tocar una corriente eléctrica. Para ella, sus manos eran sorprendentemente frías; para él, el calor de su piel era intoxicante. Los dedos de él presionaron ligeramente sobre los suyos, más tiempo del necesario para sujetar la carpeta, y Lena sintió que su respiración se aceleraba aún más.
Un centímetro más, pensó Adrian, y podría sentir su sangre fluir bajo su lengua. La idea lo golpeó con tanta fuerza que tuvo que cerrar los ojos y concentrarse en no moverse.
—Relájese —murmuró, su voz aún más grave que antes—. Está temblando.
—No estoy... —comenzó a protestar Lena, pero ambos sabían que era mentira. Podía sentir el temblor en sus propias manos, en sus piernas, en la respiración errática que no lograba controlar.
Adrian ladeó la cabeza, acercándose al lado derecho de su cuello. No lo tocó—se quedó a milímetros de su piel—pero inhaló profundamente, cerrando los ojos mientras el aroma de su sangre lo envolvía como una droga. Era más fuerte ahí, en la arteria que palpitaba bajo la piel pálida de su garganta. Podía ver cada latido, sentir el calor que irradiaba de su pulso.
Lena sintió que sus rodillas se debilitaban. El ascensor parecía haberse vuelto más caliente, más pequeño, y la proximidad de Adrian la estaba afectando de maneras que no entendía.
El ascensor se sacudió ligeramente, y las luces parpadearon mientras el motor intentaba reactivarse. Adrian se inclinó instintivamente sobre ella, su mano encontrando su cadera para estabilizarla. El contacto fue firme, cálido a través de la tela de su falda, y Lena se tensó, pero no se apartó.
—No se mueva —susurró él, su voz tan cerca de su oído que sintió el roce de su aliento contra su piel.
—No pensaba hacerlo —respondió ella.
La mano de él permaneció en su cadera, sus dedos presionando ligeramente, manteniéndola quieta contra la pared. Podía sentir cada uno de sus dedos a través de la tela, el calor de su palma marcándola. Era un contacto aparentemente protector, pero había algo posesivo en él, algo que hizo que su pulso se acelerara aún más.
Adrian mantuvo la mirada fija en su cuello. Sus colmillos dolían con la necesidad de extenderse, de perforar esa piel delicada y probar la sangre que corría debajo. Pero se contuvo, manteniéndose en el borde del abismo.
Las luces se estabilizaron y el motor reanudó su zumbido. El ascensor comenzó a moverse nuevamente, descendiendo lentamente hacia la planta baja. Adrian retiró su mano de la cadera de Lena, pero lo hizo lentamente, como si cada centímetro de separación le costara un esfuerzo sobrehumano.
Se quedó donde estaba, cerca de ella, con la mirada aún fija en su cuello. Podía ver cómo la respiración de ella seguía siendo irregular, cómo sus mejillas se habían sonrojado ligeramente, cómo sus labios estaban entreabiertos.
—Ese sonido —susurró, su voz apenas audible pero cargada de una intensidad que hizo que ella sintiera un escalofrío—. Me vuelve loco.
Las puertas del ascensor se abrieron con un suave susurro mecánico, revelando el lobby vacío del edificio. Adrian se enderezó lentamente, recomponiendo su postura profesional como si fuera una máscara que. Salió primero, sin mirar atrás, sus pasos una vez más silenciosos en el suelo de mármol.
Lena se quedó un momento dentro del ascensor, con la carpeta apretada contra su pecho y el corazón aún latiendo erráticamente. Casi sin darse cuenta, llevó una mano a su cuello, rozando el lugar donde había sentido su aliento. Su piel estaba cálida, sensible, como si hubiera sido tocada aunque él nunca la hubiera tocado realmente.
Cuando finalmente salió del ascensor, Adrian ya había desaparecido en la noche, dejando tras de sí solo el eco de sus palabras y la sensación persistente de que algo había cambiado irreversiblemente entre ellos.