El clic que dijo No

Lena llegó con el brazo vendado debajo de la manga. El vendaje le picaba y, cada vez que movía la muñeca, sentía un tirón pequeño. Encendió su computador y, antes de que cargaran las hojas de cálculo, apareció la misma ventana gris de ayer, como un fantasma puntual:

TOMA MÍNIMA APLAZADA

NUEVA REVISIÓN: HOY 08:15

ESTADO: PENDIENTE

El estómago se le encogió. Cerró la ventana de un toque, rápido, como si le quemara la piel. Respiró hondo. Respira. No corras. No sangres, repitió en silencio. Buscó el correo de Ana para distraerse, pero no alcanzó a abrirlo. La pelirroja ya estaba al lado de su cubículo, con el celular en una mano y el ceño fruncido.

—El jefe te necesita en la sala fría. Ahora —dijo sin rodeos—. Yo no puedo entrar, tú sí. Vamos.

Lena se levantó con el corazón golpeándole las costillas. Ni siquiera preguntó qué era la sala fría; sus piernas ya caminaban. El pasillo hacia esa zona era más estrecho que el resto, con puertas de vidrio esmerilado y un aire que bajaba uno o dos grados a cada paso. Ana se detuvo frente a una puerta metálica.

—Hasta aquí llego yo —susurró—. Es zona de sensores. No me dejan pasar. Entra. Si algo no te gusta, grita. Yo me quedo cerca.

Lena asintió. Pasó su tarjeta. La puerta se abrió con un susurro de aire. Dentro, todo era blanco y acero. Luces frías, un zumbido constante de ventiladores, pantallas que mostraban barras de colores y números que subían y bajaban como si respiraran. El suelo brillaba. El aire le mordió la nariz.

Adrian estaba de pie frente a un panel central. Llevaba la camisa impecable, pero sin chaqueta. Tenía las mangas dobladas hasta los antebrazos. Estaba pálido, con sombras nuevas bajo los pómulos. Una tableta descansaba en su mano izquierda. Franco, encorvado sobre un mueble lateral lleno de cables, levantó la vista y le sonrió nervioso.

—Buenos días —dijo Adrian, mirándole primero la cara y luego, inevitablemente, la venda que asomaba—. ¿Te duele?

—No tanto —mintió ella.

—Necesitamos tu pulso. Solo eso. Sin agujas —añadió, como si leyera su miedo.

Lena tragó. El zumbido de los ventiladores le recordó a un enjambre. Adrian señaló un sensor metálico alto, a la altura de su pecho. Tenía un círculo brillante, como la superficie de un espejo pequeño.

—Apoya la mano aquí y no la muevas. Respira lento.

Lena estiró la palma derecha, la sana. El metal estaba helado. Un escalofrío le subió por el brazo. La pantalla más grande, al frente, marcó: COBERTURA 88 %. El número titiló.

—Funciona mejor si no tiembla —susurró él.

La vio temblar. Se acercó por detrás, sin ruido. Colocó su mano sobre la de ella, cubriéndola, fijándola contra el sensor. Su palma grande, fría, la envolvió. Su cuerpo quedó tan cerca que Lena sintió el borde de su abdomen rozar su espalda baja. El aliento de Adrian le tocó la nuca: fresco, mentolado, imposible de ignorar. Un cosquilleo le nació en la base del cuello y bajó en ondas hasta el vientre. Cerró los ojos un segundo para no marearse.

La barra subió: 90… 92… 94.

—Qué rápido —murmuró Franco desde su rincón—. Nunca había visto una subida así solo con contacto.

El segundo sensor, a la derecha, parpadeó en rojo. Adrian soltó despacio la mano de Lena y tomó su otra muñeca, la vendada, con cuidado pero firmeza. La apoyó sobre el lector secundario. El roce fue lento, como si midiera cada centímetro de piel. El vendaje raspó apenas el metal. Lena tembló, no supo si de frío o de otra cosa. Él aflojó la presión y se inclinó de nuevo hasta que su boca quedó cerca del oído de ella.

—Respira. No corras.

Obedeció. Inhaló. Exhaló. La barra saltó a 95. Un texto apareció en verde: CURA ACTIVA. MANTENER.

Lena abrió los ojos justo cuando, en el borde derecho de la pantalla, surgió otra ventana, más grande que las demás. Letras mayúsculas, sin color, cortantes:

TOMA MÍNIMA DE SANGRE – CONFIRMAR AHORA

FUENTE SUGERIDA: CURA LENA RAMÍREZ

CANTIDAD MÍNIMA: 5 MILILITROS

¿AUTORIZAR? SÍ / NO

El cuerpo de Lena reaccionó antes que su cabeza. Quitó la mano del sensor. La barra bajó de golpe a 92. Adrian apretó los dientes, pero no la reprendió.

—Es un protocolo del sistema —dijo, la voz controlada—. Ignóralo.

—Mi nombre está ahí —contestó ella, incrédula—. No voy a autorizar algo que ni entiendo.

—Entonces no lo hagas.

Ella levantó el dedo hacia la pantalla táctil. Se detuvo. Lo miró.

—¿Qué pasa si digo que sí?

Adrian sostuvo su mirada. En esos segundos había un mundo entero.

—Yo perdería un poco más de control —respondió con honestidad árida—. El sistema se alimentaría. La cobertura subiría. Y tú te debilitarías, aunque solo sea un poco.

Lena respiró. El zumbido de los motores parecía una respiración ajena. Bajó el dedo. Tocó el NO. El clic sonó seco, más fuerte de lo que debería.

OPERACIÓN CANCELADA POR USUARIO, escribió la pantalla. Un sonido metálico más suave acompañó la frase. La cobertura bajó un punto. Adrian cerró los ojos, como si ese uno por ciento no importara en comparación con la línea que no cruzaron.

—Nada sin tu permiso. Jamás —repitió él, más bajo, como si necesitara oírse a sí mismo.

—Necesito saber qué soy aquí —dijo ella, las palabras saliendo antes de que pensara en ellas.

Adrian tardó en contestar. Bajó la tableta, dejó de fingir que miraba los números.

—Eres la cura. Tu sangre repara el Velo. —Parpadeó, como si se odiara por la siguiente frase—. No quería que lo supieras así. Pero el edificio no me dejó esconderlo más.

Lena sintió que el miedo y el orgullo se mezclaban como agua y aceite en su pecho.

—Entonces no me uses como si fuera una llave que abres cuando quieres.

—No voy a usarte. Te voy a pedir. Y tú decidirás. Hasta que encontremos otra solución.

Mientras hablaba, él tomó su pulsera de acceso y la ajustó un milímetro. Sus dedos rozaron la piel descubierta entre la manga y el vendaje. Era un roce tonto, casi nada, pero Lena soltó un suspiro que no planificó. Adrian retiró la mano como si se hubiera quemado. Miró hacia otro lado. Franco fingió no escuchar.

La puerta se abrió de golpe. El frío pareció subir un grado. Damián cruzó el umbral con su carpeta contra el pecho y los ojos afilados.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó sin saludo.

Adrian se giró despacio, se colocó entre Damián y el panel como quien se para entre un invitado y una cocina desordenada.

—Ajustes de sensores. Fallaron anoche.

Damián bajó la vista hacia el vendaje de Lena.

—Otra vez la nueva accidentada. Qué curioso.

Lena apretó los labios. Franco dio un paso adelante, sorprendiéndose de su propio valor.

—Se soltó un cable —dijo—. El pulso de Lena estabiliza. Es eso o cambiar todo el sistema. Sale más barato así.

Damián lo miró con cara de no creerle ni un poco. Sus dedos tamborilearon tres veces en la carpeta.

—Quiero un informe. Y lo quiero hoy.

—Lo tendrás —cerró Adrian, sin más explicación.

Damián se fue igual que había llegado, dejando una estela de sospecha. La puerta se cerró. El zumbido volvió a ser el dueño del lugar.

—Vuelve a tu puesto —pidió Adrian, más suave—. Si aparece otra ventana, me avisas antes de tocar nada. Prométemelo.

—Lo prometo —respondió Lena, todavía con la respiración acelerada.

Salió de la sala fría con las piernas de goma. Ana estaba a pocos pasos, jugando con el celular como quien mata el tiempo.

—¿Todo bien? —preguntó, escaneando la cara de Lena.

—Sí. Solo sensores. Nada grave.

—Bien. Ven, tengo unas hojas para ti.

Lena caminó tras ella como en un sueño. Cuando por fin se sentó en su cubículo, apoyó la frente en las manos un segundo, como si pudiera sacar por los ojos el nudo que tenía en la garganta. Encendió la pantalla. Negro. Luego gris. Luego una línea pequeña en el rincón inferior izquierdo, tan discreta que parecía un error:

TOMA MÍNIMA APLAZADA

SOLICITUD ENVIADA A NIVEL SUPERIOR

TIEMPO DE RESPUESTA: 18 HORAS

Nivel superior. No sabía qué significaba, pero la frase le dejó un frío peor que el de la sala. Sintió la venda latir. La tocó. El dolor era claro, soportable. Mejor que el miedo.

Respira. No corras. No sangres.

Sacó la mano del vendaje y la apoyó sobre la mesa, mirando el temblor leve que aún no se iba. Recordó el peso de la mano de Adrian sobre la suya, la presión de su cuerpo contra su espalda, el aliento frío que le rozó la piel. Se mordió el labio. El clic que dijo No aún sonaba en sus oídos, pero ahora sabía que había otro ojo encima, otro pedido que ella no controlaba.

Un nuevo correo entró. Era de Franco: “Si tu pantalla hace cosas raras, me llamas, ¿sí? No quiero sorpresas. Te debo un café.”

Lena sonrió sin querer. Tecleó un “gracias” rápido. Cerró el correo. Miró la esquina gris una vez más. La línea había desaparecido. Todo estaba en silencio. Demasiado silencio.

En el despacho alto, una pantalla distinta vibró. Un mensaje subió por un canal que no pasaba por Adrian. Otra voz, fría, antigua, leía ya el nombre: CURA LENA RAMÍREZ. Solicitud en espera. Respuesta en dieciocho horas.

Lena no lo sabía. Solo sabía que había dicho No. El sistema lo aceptó. Pero otro sistema, más arriba, había vuelto a pedir su sangre. Y el día apenas comenzaba.

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