El mensaje llegó como un rayo en medio de la tarde, interrumpiendo la concentración de Lena sobre los reportes trimestrales que tenía dispersos en su escritorio. El texto era escueto, directo, sin firmar, pero ella reconoció inmediatamente el tono:
"Suba a Dirección. Traiga el informe de ventas y el manual."
Sus dedos se quedaron inmóviles sobre el teclado mientras releía las líneas. No había estado a solas con Adrian Raven desde lo ocurrido en el ascensor tres días atrás, y había estado agradecida por esa distancia. Cada vez que lo veía en las reuniones o cuando pasaba por los pasillos, el recuerdo de su voz susurrando sobre su pulso la golpeaba como una ola de calor. "Me vuelve loco" había dicho, y esas palabras se habían quedado grabadas en su mente, resonando en los momentos más inesperados.
Se levantó lentamente, alisando su pantalón de tela gris que se ajustaba perfectamente a sus caderas. La blusa blanca que llevaba era ligeramente semitransparente, lo suficiente para insinuar el top color piel que usaba debajo, pero no tanto como para ser inapropiada en el entorno profesional. O eso se había dicho esa mañana al elegirla. Ahora, mientras tomaba la carpeta con el informe solicitado, se preguntó si había sido una elección inconsciente.
El ascensor hacia el piso ejecutivo se sintió diferente esta vez. No había encierros forzados ni fallos mecánicos, solo el zumbido constante del motor y su propia respiración que se había vuelto ligeramente irregular a medida que los números en el display aumentaban. Cincuenta y seis. Cincuenta y siete. Cincuenta y ocho.
Las puertas se abrieron revelando el pasillo de la dirección ejecutiva, silencioso y elegante. Sus tacones resonaron en el suelo de mármol mientras se dirigía hacia la oficina principal, donde la puerta de madera maciza estaba entreabierta.
Tocó suavemente antes de entrar.
—Adelante.
La voz de Adrian la envolvió inmediatamente, grave y controlada. Lena empujó la puerta y entró, encontrándolo de pie junto a su escritorio de caoba, con varios documentos esparcidos sobre la superficie. Llevaba un traje negro impecable, sin corbata, con el cuello de la camisa blanca abierto en los primeros dos botones. Cuando levantó la mirada hacia ella, sus ojos tenían esa intensidad familiar que hacía que sintiera como si pudiera ver a través de su piel.
Adrian se movió hacia la puerta y la cerró con un clic suave que resonó en el silencio de la oficina. El sonido fue definitivo, íntimo, y Lena se dio cuenta de que no había asistentes cerca, ni secretarias en los escritorios exteriores. Estaban completamente solos.
—Tiene el informe —dijo él, pero no fue una pregunta.
—Sí, aquí está —respondió ella, extendiendo la carpeta.
Adrian se acercó para tomarla, y cuando sus dedos rozaron los suyos al transferir los documentos, Lena sintió esa misma descarga eléctrica que había experimentado en el ascensor. Él no retiró inmediatamente las manos; en cambio, permitió que el contacto se prolongara un segundo más de lo necesario, sus dedos fríos presionando ligeramente sobre los cálidos de ella.
Colocó la carpeta sobre el escritorio, pero no se apartó. Quedó tan cerca que Lena podía ver cada detalle de su rostro: la línea perfecta de su mandíbula, la textura de su piel que parecía no tener poros, las pestañas oscuras que enmarcaban esos ojos que ahora la estudiaban con una intensidad que la hacía sentir como si estuviera siendo cazada.
—No la llamé solo por el informe —murmuró él, su voz más grave de lo usual.
—¿Entonces para qué? —preguntó ella.
—Para confirmar algo.
Los ojos de Adrian se deslizaron lentamente desde su rostro hasta su cuello, donde pudo ver cómo su pulso se aceleró bajo la piel pálida. Era un sonido que había estado obsesionándolo durante días, un ritmo que se había convertido en la banda sonora de sus noches en vela. Podía oírlo ahora, ese tamborileo constante que lo llamaba, lo tentaba, lo volvía loco de hambre.
Se movió lentamente alrededor del escritorio, sus pasos silenciosos en la alfombra, hasta quedar detrás de ella. Lena se tensó, pero no se movió. Podía sentir su presencia como una fuerza física, el aire a su alrededor cargándose de una energía que no podía nombrar.
Adrian inclinó ligeramente la cabeza, observándola de perfil. Su respiración rozó la nuca de Lena, enviando un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral. Era un aliento fresco, casi frío, pero que de alguna manera la quemaba.
—Inclínese un poco hacia adelante —susurró él.
—¿Por qué? —preguntó ella, pero su voz salió como un suspiro.
En lugar de responder, Adrian colocó una mano en su cintura. El contacto fue firme, decidido, pero sin brusquedad. Sus dedos se curvaron ligeramente alrededor de la curva de su cadera, presionando lo suficiente para guiarla hacia él. Lena sintió cómo su cadera rozó la de él, y el contacto la hizo contener la respiración.
Lentamente, la hizo girar hasta que quedó de frente a él, pero sin soltarla. La mano permaneció en su cintura, manteniéndola cerca, controlando la distancia entre sus cuerpos.
Adrian inclinó la cabeza hacia su cuello descubierto. Su nariz rozó suavemente la piel sensible justo debajo de su oreja, y Lena sintió que sus piernas se volvían de gelatina. Podía sentir el calor frío de su respiración directamente sobre su piel, cada exhalación enviando ondas de electricidad a través de su sistema nervioso.
—No debería dejarlo tan expuesto —murmuró él, refiriéndose a su cuello en un susurro que vibró contra su piel.
—¿Por qué no? —logró preguntar ella, su voz apenas audible.
—Porque me hace querer... —Se interrumpió, exhalando lentamente contra su cuello, y Lena sintió cómo cada palabra se grababa en su piel como una marca invisible.
Con su mano libre, Adrian comenzó a recorrer lentamente la línea de su espalda baja. Sus dedos se deslizaron sobre la tela de su blusa, siguiendo la curva de su cintura hasta posarse justo encima de la curva de su cadera. El contacto era íntimo, posesivo, y Lena se encontró inclinándose involuntariamente hacia él, como si su cuerpo respondiera a una llamada primitiva que su mente no entendía.
La respiración de Lena se había vuelto errática, sus labios estaban entreabiertos, y Adrian podía ver cómo el pulso en su cuello se había acelerado aún más. Era hipnótico, ese latido constante que parecía llamarlo directamente. Sus colmillos dolían, deseosos de perforar esa piel delicada y probar la sangre que corría dulce y cálida debajo.
Lentamente, muy lentamente, acercó sus labios al cuello de Lena. No la mordió, no la besó, pero apoyó los labios cerrados directamente sobre el punto donde su pulso latía con más fuerza. El contacto duró solo dos segundos, pero fueron dos segundos de tortura exquisita. Podía sentir la vida fluyendo bajo su boca, el ritmo de su corazón vibrar contra sus labios, el calor de su sangre tan cerca que casi podía saborearla.
Si cierro los dientes ahora, pensó, se acabó todo el control.
La lucha interna fue feroz. Cada instinto vampírico que poseía le gritaba que la tomara, que probara esa sangre que olía tan dulce, tan perfecta. Pero algo más fuerte—algo que no había sentido en siglos—lo detuvo. No era solo hambre lo que sentía por Lena Ramírez. Era algo más complejo, más peligroso.
Se separó lentamente, pero mantuvo una mano sobre su cintura, como para marcar que el contacto no había sido casual. Lena tenía los ojos cerrados, su respiración entrecortada, y cuando finalmente los abrió, Adrian vio en ellos una mezcla de confusión, deseo y algo que se parecía al miedo.
—Solo un segundo más —murmuró él, su voz ronca con el esfuerzo del autocontrol—, y te probaré.
Las palabras salieron cargadas de una promesa oscura que hizo que Lena sintiera un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. Había algo en su tono que le decía que no estaba hablando metafóricamente. Tragó saliva y bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos, mientras sentía cómo el rubor se extendía desde su cuello hasta sus mejillas.
Adrian se quedó inmóvil por un momento, estudiando su reacción. Podía oler el cambio en su química corporal—la adrenalina, el deseo, la confusión—todo mezclado en un cóctel embriagador que lo tentaba más allá de toda razón. Pero también podía ver la vulnerabilidad en su postura, la manera en que sus manos temblaban ligeramente, y algo en él se suavizó.
Se dirigió hacia la puerta y la abrió, pero no se movió del marco. Se quedó ahí, llenando el espacio con su presencia, obligándola a pasar muy cerca de él para salir. Era una última prueba, un último momento de contacto antes de dejarla ir.
Lena caminó hacia la puerta con pasos inseguros, aún sintiendo el fantasma de sus manos en su cintura y sus labios en su cuello. Cuando pasó junto a él, su brazo rozó fugazmente el torso de Adrian, y ese contacto mínimo fue suficiente para provocar un último latido acelerado en su corazón.
Se detuvo en el umbral, sin voltear a mirarlo.
—¿Eso era lo que tenía que confirmar? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—En parte —respondió él, y ella pudo sentir su sonrisa aunque no la viera—. Pero ya tendremos tiempo para el resto.
Lena salió de la oficina y caminó por el pasillo con pasos mecánicos, tratando de recuperar el aire y la compostura. Sus manos temblaban ligeramente mientras presionaba el botón del ascensor, y podía sentir que Adrian seguía en el marco de la puerta, observándola con esa intensidad que la hacía sentir como si estuviera siendo marcada, reclamada.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron, se recargó contra la pared y llevó una mano al cuello, tocando el lugar donde había sentido sus labios. Su piel estaba cálida, sensible, como si hubiera sido marcada de alguna manera invisible.
Mientras tanto, Adrian cerró lentamente la puerta de su oficina y se recargó contra ella. Sus colmillos habían comenzado a extenderse en el momento en que ella salió, y ahora los sentía completamente desarrollados, afilados, hambrientos. Se pasó la lengua por ellos, saboreando el fantasma del aroma de su sangre que aún flotaba en el aire.
"Solo un poco más," se repitió a sí mismo, y supo que esas palabras no habían sido una advertencia para ella.
Habían sido una promesa para él mismo.