Capítulo 90. Ginevra
Al final, la decisión no se sintió como una decisión.
No hubo claridad, no hubo epifanía, no hubo ese momento en el que uno dice “ah, sí, esto es lo correcto”.
Solo hubo un impulso.
Una necesidad primitiva, torpe, desesperada de no permitir que la última imagen de ella fuera esa: alejándose, rompiéndose sin mostrarlo, tragándose las lágrimas como si fueran culpa suya.
Agarré las llaves.
Cerré la puerta. Y antes de darme cuenta, estaba en la calle.
El aire nocturno me golpeó la cara, helado, afilado, perfecto para recordarme que estaba haciendo algo que podía terminar muy mal.
O muy bien.
O muy nada.
Mi cabeza no dejaba de martillar mientras caminaba rápido hacia la estación del metro.
Cada paso era un argumento a favor.
Cada duda era un tren pasando a toda velocidad por dentro del pecho.
Cuando por fin llegué a su edificio, no tuve que mirar el cartel. Había venido demasiadas veces. Con excusas, sin excusas, con trabajo, sin trabajo.
A veces a buscar algo.
A veces a verla a ella, aunq