Capítulo 91. Contra las indicaciones
El departamento se volvió demasiado silencioso después de que el llamado terminó.
No había gritos, no había reproches. No había portazos emocionales.
Solo su “en serio estoy muy ocupada” rebotando en todas las paredes de mi cabeza.
Me dejé caer en el sofá, pero el cuerpo no se relajó. Estaba tenso, inquieto, como si hubiera una corriente eléctrica recorriéndome.
No podía quedarme ahí.
No podía esperar “después”. No después de cómo se había ido, no después de cómo la había herido.
No después de verla romperse sin dejar que la sostuviera.
Miré el reloj y pasaban de las diez.
Ella no había comido. Lo sabía. Cuando Ginevra se refugiaba en el trabajo, se saltaba horas y horas sin darse cuenta. Se perdía en cifras, informes, decisiones… y en esconder sus emociones debajo de capas de eficiencia despiadada.
Me levanté con una decisión tomada. Que evidentemente no sensata, ni la más saludable.
Pero sí la única que mi cuerpo aceptaba sin pelear.
Fui a la cocina, agarré lo que podía llevar sin a