Capítulo 76. El peligro de volver a casa
La Nona y mi madre hablaron como si se conocieran desde hacía veinte años. Una mezcla extraña entre la diplomacia de mi mamá, esa dulzura educada que usaba incluso con repartidores, y la contundencia italiana de Giovanna, que no sabía modular ni opiniones ni miradas.
Yo intenté vestirme sin hacer gestos raros por la costilla, pero ambas, como si compartieran un radar de “hijo en recuperación”, se giraban cada tres segundos para supervisar.
—¿Seguro que puedes ponerte eso solo? —preguntó mi mamá.
—No lo dejes levantar tanto los brazos, se va a marear —dijo la Nona al mismo tiempo.
—Estoy bien —repetí, por vigésima vez en menos de diez minutos.
No me creyeron.
Cuando terminé de vestirme, mi madre guardó mis cosas en una bolsa como si empaquetar fuera un arte ceremonial, y la Nona colocó la comida que había traído estratégicamente sobre la silla “para llevar”.
—No te vas a morir de hambre saliendo de aquí —decretó—. Es prevención básica.
Yo solo asentí. Resistirse a la Nona era inútil.
M