Capítulo 59. ¿Qué quieres?
Terminamos de comer sin prisa.
El silencio no era incómodo, pero tampoco era tranquilo.
Era de esos silencios que pesan, que llenan los espacios con lo que ninguno se atreve a decir.
Ella dejó el tenedor sobre el plato, limpió los bordes con una servilleta y se recostó un poco en la silla, observando el resto de la mesa.
Yo todavía tenía la copa en la mano, más por no saber qué hacer que por seguir bebiendo.
—¿Cómo supiste dónde vivía? —pregunté al fin, rompiendo el aire quieto entre nosotros.
Ginevra levantó la mirada.
No pareció sorprendida por la pregunta.
—Cuando recursos humanos me informó el motivo de tu ausencia —dijo despacio, casi con naturalidad—, pedí que me enviaran tu legajo.
Su tono era sereno, como si no hubiera nada extraño en admitirlo.
—Ahí figuraba tu dirección —continuó—. La anoté. Por si acaso.
—¿Por si acaso? —repetí.
Ella sostuvo mi mirada un segundo, luego apartó los ojos.
—Por si no contestabas —dijo, apenas un poco más bajo—. Me preocupé.
Apoyó los codos sobr