Capítulo 49. La habitación de Ginevra
Habían pasado unos treinta minutos desde que tratamos de recomponer la tarde con silencios y sorbos de café.
Ginevra estaba en el sofá, los ojos semicerrados, como si por fin el cuerpo le permitiera un respiro. Yo la miraba, sin atreverme a romper esa calma frágil.
Y entonces sonó el timbre.
Ambos nos sobresaltamos. Ella se incorporó, frunció el ceño, y fue hacia la puerta con pasos cortos. No dijo nada; yo me quedé quieto, expectante.
Antes de abrir, ella presionó el botón de la cámara del portero automático. Vi en su rostro cómo cambiaba la expresión, la familiaridad que se hace nudo en la garganta. En la pequeña pantalla apareció la figura de Eleonor, recortada por la luz de la tarde, con esa sonrisa que siempre mezcla ternura y algo que no termina de explicarse.
Ginevra tragó saliva, miró la pantalla un segundo más y, sin esconder la sorpresa, volvió la vista hacia mí.
—Es mi mami —dijo en voz baja, apenas audible—. ¿Podrías… por favor, entrar a mi habitación y quedarte ahí? No qu