Capítulo 43. La irrupción
El silencio que siguió a su promesa fue casi reverencial.
Ella seguía mirándome, como si las palabras que estaba por decir le pesaran más que el aire.
Entonces sonó el timbre.
Una sola vez. Corta, seca, urgente.
Ginevra dio un pequeño respingo.
—¿Esperas a alguien? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Negó con la cabeza.
El timbre volvió a sonar, más insistente.
Suspiró, resignada, y dejó la copa vacía sobre la mesa.
—Un segundo —murmuró, atándose con rapidez el cinturón de la bata antes de ir hacia la puerta.
Desde donde estaba, la vi abrir.
—Nonna… —su voz salió en un hilo.
—¡Finalmente! —La voz de la anciana llenó el departamento, firme y cálida—. ¡Me haces venir hasta aquí porque tu madre dice que no irás al almuerzo mañana! ¿Qué significa eso, bambina?
Ginevra se llevó una mano a la frente, intentando respirar.
—Nonna, por favor…
Pero la mujer ya había entrado. Traía el abrigo abotonado hasta el cuello, un pañuelo floreado en la cabeza y ese perfume a lavanda que siempre pare