Capítulo 38. Convertir el desastre en algo soportable
Cuando terminé de limpiar, me quedé quieto frente al fregadero, con las manos aún húmedas y el corazón un poco más tranquilo.
El agua seguía corriendo, golpeando la loza con un sonido constante, casi terapéutico.
No había sido gran cosa, huevos, pan, café, pero el simple hecho de verla comer, de verla moverse, de escucharla pronunciar más de dos palabras seguidas sin quebrarse, me había devuelto algo que no sabía que necesitaba: aire.
Apagué la llave y me giré hacia ella.
Seguía en el sofá, con la manta sobre las piernas, mirando hacia la ventana. La luz de la mañana entraba despacio, tiñendo el departamento de un tono dorado que hacía que todo pareciera menos triste, menos roto.
—¿Te sientes mejor? —pregunté, apoyándome contra el marco de la cocina.
Ella no respondió enseguida.
Se limitó a inhalar hondo, como si el aire le pesara, y luego asintió despacio.
—Un poco —susurró.
Su voz era baja, pero firme.
Era un avance.
Me acerqué, sin saber muy bien qué hacer con las manos.
Quise deci