Capítulo 28. Mi mal humor
Cuando finalmente entró al estudio aquel lunes, lo hizo como todos los malditos días: radiante, impecable, perfecta en cada gesto. Su cabello caía con gracia sobre los hombros, su piel parecía absorber la luz de la mañana, y su sonrisa, aunque breve, tenía ese efecto de iluminarlo todo… y a mí solo me dejaba en peor estado.
—Buenos días —dijo con esa naturalidad que a cualquiera lo desarmaría—. ¿Cómo estuvo tu fin de semana?
Yo la miré sin parpadear, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. No dije nada. Ni siquiera un monosílabo de cortesía. Mi humor estaba demasiado negro, demasiado cargado de frustración y deseo reprimido como para fingir algo. Sus ojos se cruzaron con los míos un instante, detectando quizá la pared que había levantado a mi alrededor, y simplemente asintió con suavidad, como si ya supiera que hoy no habría conversación.
No la busqué. No inventé excusas para acercarme a su escritorio. De hecho, más bien la evité, caminando con paso firme, haciendo todo lo posible