El estudio volvió a llenarse de ruido al día siguiente.
El sonido de los teclados, las llamadas, el murmullo de Valeria con los pasantes. Todo parecía exactamente igual.
Excepto que no lo era.
La puerta de la oficina de Ginevra estaba abierta cuando llegué. La luz encendida, el aire acondicionado en su zumbido habitual, y ella sentada frente al monitor, con el mismo gesto concentrado de siempre.
Solo que ahora, al verla, algo en mí se tensó.
Como si el aire entre nosotros tuviera otra textura.
—Buenos días —dije, intentando sonar natural.
Ella levantó la vista apenas.
—Buenos días.
Su voz sonó normal. Su cara, también. Pero no lo era.
Había una leve rigidez en sus movimientos, una distancia recién construida.
Dejó el bolígrafo sobre la mesa y se reclinó en la silla.
—Recibí los renders. Están bien.
—Perfecto. —Asentí.
—Y… gracias por ayer.
No me esperaba que lo dijera en voz alta.
—No fue nada.
—Sí lo fue.
Su mirada se cruzó con la mía. Firme, pero más blanda.
—No acostumbro a que nad