Ethan camina por los pasillos del hospital con el corazón latiendo como un tambor en su pecho. Sabe que está a punto de verla. No a la mujer dormida que ha visitado a diario, no a la figura frágil rodeada de tubos y silencios. Sino a Clara. Clara despierta. Clara viva. Clara, la mujer que amó con una intensidad que lo marcó para siempre.
Cada paso que da parece arrastrar cinco años de preguntas, de silencios, de heridas abiertas que jamás cerraron.
La escena se le presenta como un fantasma grabado a fuego: ella parada frente a su puerta, empapada por la lluvia, con un sobre en la mano y la mirada destrozada. No dijo mucho aquella vez. Apenas lo justo. Luego se marchó. Sin explicaciones. Sin despedidas.
Hoy, finalmente, podría responderle.
Se detiene frente a la puerta de la habitación. Inspira hondo. Y entra.
Allí está. Sentada en la cama, pálida, con los ojos bajos, pero despierta. Clara.
Ella alza la vista al sentir su presencia, y una corriente invisible se estira entre ellos, ten