Un golpeteo suave interrumpe el silencio denso del despacho.
—Papá… ¿Estás ahí? —la vocecita de Ava atraviesa la puerta, dulce y curiosa.
Dentro, el aire está cargado de calor, deseo y ese temblor silencioso que sigue a lo inevitable. Clara jadea aún, recostada sobre el pecho de Ethan, quien la sostiene con los ojos cerrados y la respiración descontrolada.
El llamado de su hija los hace volver bruscamente a la realidad.
—¡Mierda! —susurra él, apartándose de Clara con cuidado y buscándose la ropa a tientas.
Ella también se incorpora de golpe, peinándose con los dedos y bajándose la falda arrugada. Ambos se visten tan rápido como pueden. Sus corazones todavía laten al ritmo del instante que acaban de compartir, pero la urgencia se impone.
Lucen como un par de adolescentes a los que los han atrapado haciendo alguna fechoría y eso los hace sonreír cuando se miran a los ojos, como si pudieram leerse la mente a través de la mirada.
—¡Un momento, cariño! —responde Ethan mientras termina de