Jared se levantó de nuevo y comenzó a caminar de un extremo a otro de su oficina, con las manos crispadas detrás de la espalda y el ceño tan arrugado que parecía que la rabia se le había incrustado en la piel. No podía quedarse quieto, la inmovilidad le provocaba aun más ansiedad y fastidio.
—No lo entiendo, Killian. No entiendo qué demonios cambió de un momento a otro. ¿Qué fue lo que pasó?
—Tengo entendido que encontró un proyecto que lo entusiasmó todavía más —expuso Killian.
—¡Sí, tal vez! Pero Adrián es un maldito multimillonario. Tiene recursos suficientes para invertir en diez proyectos al mismo tiempo si quisiera. ¿Por qué tiene que abandonar el mío para sumarse a otro? Eso es lo que no logro comprender.
—Padre, lamento que te esté ocurriendo esto, pero debes entender que no hay nada que puedas hacer para detener a ese hombre —señaló—. Y menos aún puedes recurrir a esos métodos que en otras ocasiones te han funcionado… me refiero a amenazas, presiones o artimañas sucias. Adri