Rowan negó con un leve gesto.

—A decir verdad, no lo sé. Pero si quieres, puedo averiguarlo. Te prometo que encontraré a esa persona y que podrás hablar con él o con ella, si así lo deseas.

Ella se quedó callada, debatiéndose internamente. Durante unos segundos pensó en callarlo, en seguir guardando para sí ese secreto como había hecho con tantas otras cosas. Sin embargo, se dio cuenta de que no tenía sentido seguir escondiéndolo. Rowan ya sabía demasiado sobre su vida, sobre el conflicto con su familia, sobre el peso de su pasado. ¿Qué motivo quedaba para seguir ocultando algo que, en realidad, era parte de todo eso? Inspiró hondo y decidió decirlo.

—Rowan… este cuadro lo pinté yo.

Él la miró sin parpadear, con un rostro impasible que no dejaba adivinar qué pensaba. Su expresión era tan circunspecta que parecía medir cada palabra que iba a pronunciar.

—¿Cómo que lo hiciste tú? —dijo al fin, incrédulo—. No… no puede ser. Yo lo compré hace años, en aquel tiempo en que tú…

—Sí —lo inter