La tensión creció como una marea silenciosa. Nadia, temiendo que la situación escalara, lo tomó del brazo.
—Ya, basta. Ven conmigo —señaló. Luego giró hacia su compañero—. Tú adelántate, ya voy en un momento.
Sin esperar respuesta, tiró ligeramente del brazo de Rowan y lo condujo hacia la salida del instituto, con pasos rápidos que parecían buscar escapar del epicentro del conflicto.
Una vez fuera, se giró hacia él con el ceño fruncido y la respiración un poco agitada, más por la indignación que por el esfuerzo.
—¿Qué es exactamente lo que tienes en mente? —inquirió ella—. ¿Viniste aquí solo para buscar problemas? ¿Ese es tu objetivo? ¿Pelearte con mis compañeros de clase?
—Solo puse a ese hombre en su lugar. Se nota que carece de modales —replicó Rowan—. Estaba hablando contigo y de pronto apareció, poniendo su mano sobre tu hombro sin presentarse, sin pedir la palabra, como si su intromisión fuera algo normal.
—No es necesario que lo trates de ese modo —declaró Nadia.
—¿Por qué perm