Una mentira perfecta

Los flashes me ciegan incluso antes de bajar del coche.

El chófer abre la puerta con una cortesía que no me pertenece, y de inmediato siento la presión de cientos de ojos. Cámaras, periodistas, susurros, escaneos. Soy la anomalía, la desconocida. La mujer que se casó con Liam Blackwell en Las Vegas sin invitaciones, sin fotos filtradas… hasta ahora.

Liam me ofrece su brazo. Su rostro es una máscara imperturbable. Elegante, dominante, absolutamente en control. No hay espacio para dudas. No aquí. No hoy.

Lo tomo. Mi mano tiembla. Él lo nota, porque sin mirar siquiera, la aprieta con una firmeza reconfortante. Como si dijera: “Ya estamos en esto, no hay vuelta atrás.”

—Recuerda —susurra sin moverse—, sonríe solo cuando yo lo haga. Mantén la mirada en mí o al frente. Eres mi esposa, no una mascota perdida.

—Gracias por el aliento —murmuro, con una sonrisa perfectamente ensayada.

Caminamos juntos por la alfombra roja del evento benéfico del año. Sus pasos son seguros, los míos aprenden rápido. El vestido rojo ceñido que me obligaron a usar me hace sentir desnuda, pero cuando llegamos al centro de los reflectores, hago lo impensable: me apoyo ligeramente en su pecho, subo la mirada hacia él… y lo beso en la mejilla.

El flash lo captura. La gente suspira. Algunos sonríen. Otros murmuran. Liam se tensa un segundo… y luego sonríe. No como siempre. Es algo más… real.

—Buena jugada —dice por lo bajo—. Me sorprendiste.

—Lo sé —respondo, recuperando una pizca de control.

La cena es un campo minado de preguntas veladas y miradas escrutadoras. Clara, sentada unas mesas más allá, clava en mí una mirada que podría cortar acero. La conozco solo por fotos, pero la manera en que sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo me dice todo: no me quiere aquí.

Me siento como una actriz en un papel que no audicioné. Pero la risa de Liam ante uno de mis comentarios rompe momentáneamente el guion. ¿Fue eso real? ¿O solo un buen actor agradecido por mi actuación?

Cuando finalmente subimos al auto, creo que puedo respirar. Pero no. No por mucho.

Su celular vibra. Una vez. Dos. Luego entra la llamada.

—¿Qué pasa, Thomas?

Escucho un zumbido desde el altavoz, pero la voz del asistente es clara y urgente:

—¡Tenemos un problema! ¡Alguien filtró las fotos de la boda en Las Vegas! Un blog sensacionalista las acaba de publicar. ¡Ya lo está replicando la prensa seria!

Mi estómago cae como piedra.

—¿Qué fotos? —pregunta Liam, helado.

—La del beso. La firma. Incluso una en el pasillo del motel. ¡Jodido nivel de detalle, Liam!

Él cuelga sin decir más. La mandíbula apretada. El teléfono cruje en su mano.

—¿Qué significa esto? —pregunto, sintiendo el nudo en la garganta.

—Significa que estamos jodidos —dice sin mirarme.

Silencio. Solo el rugido de Nueva York de fondo.

—¿Esto puede afectar el trato? ¿Camila?

—Sí —responde al fin—. Y también tu privacidad. Tu seguridad. A partir de mañana, vas a estar en todos los noticieros. Necesitamos una estrategia, ya.

—¿Y tú qué vas a hacer?

Gira la cabeza. Su mirada es acero fundido.

—Lo que haga falta para proteger lo que es mío. Incluyéndote a ti.

Me quedo helada.

Esa noche no hay charla en la cocina. No hay conexión emocional. Solo planes, llamadas, abogados, control de daños. Me siento invisible entre su gente. Un nombre más en un reporte de crisis.

Pero justo antes de encerrarse en su despacho, Liam se detiene, me mira por primera vez como hombre, no como CEO.

—Lo siento. No era así como debía empezar esto. Pero mañana… ya no serás solo mi esposa de papel. Vas a ser la mujer en el centro del escándalo del año. ¿Estás lista para eso, Zoé?

No tengo idea.

Pero asiento.

Aunque por dentro, grito.

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