Despierto antes que él.
Liam duerme con el ceño ligeramente fruncido, como si incluso en sus sueños llevara el peso del mundo en los hombros. Su brazo me envuelve la cintura, posesivo, protector. El calor de su cuerpo aún me cubre como una promesa que no sé si podrá cumplir.
Anoche me sentí a salvo. Amada. Elegida.
Pero el sol siempre encuentra la manera de manchar las ilusiones.
Me levanto sin despertarlo, envuelta en la sábana. Camino descalza hasta el ventanal. La ciudad sigue ahí, impasible, como si no le importara todo lo que se desmorona dentro de nosotros.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que escucho su teléfono vibrar en la mesa de noche.
Liam se incorpora con lentitud, con la voz aún ronca por el sueño.
—¿Hola?
Pausa. Su espalda se tensa.
—Sí, claro. Entiendo… Estoy en camino.
Cuelga sin agregar más. Se viste en silencio, sin mirarme.
—¿Qué pasó? —pregunto, sintiendo una punzada en el pecho.
—Solo un tema en la oficina —responde. Sus ojos no me mienten, pero tampoco