No hay música. No hay flashes. No hay filas de invitados murmurando entre sí.
Solo el sonido del viento entre los árboles del jardín interior del hospital. El aroma suave del jazmín que Camila insistió en que lleváramos. Y él… Liam… parado al final del pequeño sendero de piedra, esperándome como si el mundo se hubiera reducido a este instante.
La ceremonia no está en la portada de ninguna revista. No tiene escándalo ni titulares. Es íntima. Tan íntima que duele de tan honesta.
Camila lleva las flores. Pequeñas, recogidas por ella misma en el vivero del hospital con ayuda de una enfermera. Está preciosa. Sonríe como si llevara un secreto gigante en el pecho. Sus pasos son torpes, pero decididos. Y cuando llega hasta donde está Liam, se detiene, alza la mirada y le dice:
—Te la cuido, pero solo por hoy.
Las risas suaves nos rodean. Él le revuelve el cabello con ternura. Y entonces, me mira.
Camino despacio. Sin velo. Sin vestido de encaje. Llevo una falda marfil y una blusa sencil