Las mujeres de mi vida

Zoé se ha ido a darse una ducha larga. La entiendo. Después de noches sin dormir, con Amelia despertando cada dos o tres horas y Camila reclamando atención, un rato para ella sola es un lujo. Así que me quedo en la sala con las dos mujeres más pequeñas y más poderosas que he conocido.

Amelia duerme en mis brazos, envuelta en una manta que huele a leche tibia y a algo que no sé describir… algo como hogar. Su respiración es tan suave que casi no la escucho, pero la siento. Cada pequeño movimiento, cada suspiro, me recuerda que está aquí. Que es real. Que soy papá.

Camila está sentada en el piso, dibujando con crayones. Tiene el ceño fruncido, concentrada, y de vez en cuando me lanza una mirada rápida, como si quisiera asegurarse de que sigo aquí. Esa costumbre suya me parte el alma. Es como si aún necesitara comprobar que no voy a desaparecer.

—¿Qué dibujas? —pregunto, acomodando a Amelia contra mi pecho.

—Nosotros —dice sin levantar la vista.

Me inclino un poco para mirar. Ha dibujado
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