La habitación está en penumbra.
Hay una pantalla encendida, un gel frío sobre mi vientre, y un silencio que lo llena todo.
Sostengo la mano de Camila con la derecha, mientras Liam me acaricia el cabello con la izquierda.
Estoy recostada en la camilla, con la bata abierta por el abdomen, y aunque no es la primera ecografía, esta… esta se siente distinta.
Es la última antes del nacimiento.
Y, de alguna manera, lo sabemos.
Hoy vamos a conocer algo más que un latido.
Vamos a escuchar la prueba de que existe.
La doctora sonríe, gentil, y mueve suavemente el transductor sobre mi piel.
—Ahí está —dice, como si fuera la cosa más natural del mundo. Pero para mí… para nosotros, es un milagro.
En la pantalla aparece una figura pequeña, redonda, con movimiento leve. Y de pronto… suena.
Ese sonido. Ese tambor firme.
El corazón.
Nuestro bebé.
No puedo contener la emoción.
No importa cuántas veces lo haya escuchado antes… esta vez me atraviesa el alma.
—¿Ese es su corazón? —pregunta