La sala huele a madera vieja y nervios mal disimulados.

Estoy sentada al lado de Liam, con las manos entrelazadas en mi regazo, intentando parecer fuerte. Pero no lo estoy. No hoy.

Hoy me están cuestionando como hermana, como mujer, como madre sustituta.

Mi madre está del otro lado de la sala, erguida, altiva, con esa sonrisa que siempre usó como máscara. Frente al juez, intenta parecer preocupada. Comprometida. Dice que solo quiere lo mejor para Camila. Que yo estoy inestable, demasiado expuesta a los medios, que tengo una relación “complicada” con un empresario en crisis. Que el embarazo me desequilibra. Que soy joven, impulsiva, emocional.

Quisiera gritarle que fue ella quien nos dejó. Que cuando más la necesitábamos, se fue. Que Camila lloraba por las noches y que yo tuve que aprender a ser hermana y madre al mismo tiempo. Pero no lo hago.

Aprendí que el silencio, a veces, grita más fuerte.

El juez escucha con atención. Sus ojos van de ella a mí. Mis abogados hacen su trabajo, per