Mi esposo por accidente
Mi esposo por accidente
Por: Valentina Cano
Desperté… casada

Narrado por Zoé Martínez

Abro los ojos de golpe.

El techo blanco. La luz que se cuela por las cortinas. El olor a madera y colonia cara.

El cuerpo masculino a mi lado.

La presión en el pecho me golpea como un tren.

Me incorporo en la cama sin respirar. No grito. No lloro. Pero el terror es real. Está en mis huesos, en la piel pegajosa por el sudor frío.

Y entonces lo veo. El anillo. En mi dedo. Un anillo de matrimonio.

Abro la boca, pero no tengo cómo negarlo.

Porque no lo recuerdo.

El vacío en mi memoria es un abismo que me traga viva.

Porque esos malditos ojos —ahora cerrados— sí son sexys.

Un destello de atracción atraviesa mi pecho como una daga.

Y porque, si algo he aprendido en la vida, es que el alcohol no perdona.

La lección más amarga. Grabada a fuego tras errores menores. Pero ninguno tan monumental como este.

Un nudo de pánico y culpa me aprieta la garganta.

¿Qué demonios hice?

¿Qué le dije a Camila anoche?

¿Cómo pude ser tan estúpida, tan desesperada, tan… destructiva?

La habitación da vueltas. No solo por la resaca.

Sino por el vértigo de saber que me casé con un extraño.

—Ok —susurro, con la voz tan rota que no parece mía—. Esto es lo que vamos a hacer.

Me levanto de la cama como si me estuviera quemando. Camino descalza sobre la alfombra gruesa. Busco mi vestido. Lo encuentro colgado cuidadosamente en una silla.

Un gesto de orden que contrasta brutalmente con el desastre de mi vida.

—Vamos a ir ahora mismo a la corte —digo—. Y anularemos esto. Fin del chiste.

Cada palabra es un martillazo en mi cabeza. Pero lo necesito. Necesito fingir que tengo el control. Aunque por dentro solo quiera desaparecer.

Él se mueve. Lo escucho.

—¿Zoé?

Me congelo.

Su voz es profunda, tranquila, casi íntima.

Como si esto no lo sorprendiera en absoluto. Como si… lo esperara.

Me doy la vuelta, con los zapatos en la mano.

—¿Quién eres? —le espeto—. ¿Qué demonios pasó anoche?

Se sienta en la cama, sin apuro. Alto, cabello oscuro, mirada intensa. El tipo de hombre que hace que te tiemblen las piernas… y la vida.

—Liam Blackwell —dice con naturalidad.

Y entonces lo reconozco.

Empresario. Escándalos. Revistas. Rumores.

Y yo. Me casé con él.

No tengo tiempo de procesarlo.

Ayer estaba sentada fuera del hospital, con la voz rota por el llanto, suplicando por teléfono que no suspendieran el tratamiento de Camila.

—Por favor, no la saquen… ya casi tengo el dinero… juro que lo voy a conseguir.

—Señorita Martínez, no podemos esperar más. El nuevo tratamiento empieza en dos días.

—Solo un poco más. Por favor…

Colgué temblando. Entré al casino porque no tenía a dónde ir. Pedí un trago. Luego otro. La culpa. El miedo. La soledad.

Después… oscuridad.

Ahora, estoy aquí.

—Anularemos esto —repito—. No quiero tu dinero. No quiero nada.

Él frunce los labios, como si supiera que eso no es verdad.

Pero no me contradice. Solo asiente.

—Como quieras.

Y esa calma me desarma más que si me grita

Narrado por Liam Blackwell

La puerta se cierra detrás de ella.

Y por primera vez en mucho tiempo, no tengo el control.

Podría llamarla impulsiva. Inmadura. Un error.

Pero no lo hago.

Porque anoche, cuando todos bailaban y reían, yo estaba sobrio. No del todo, pero lo suficiente.

Y vi a Zoé.

La vi salir del casino con el teléfono pegado a la oreja, llorando. La seguí sin querer hacerlo. La escuché.

Su voz rota. Su desesperación.

Hablaba de una hermana. De dinero. De un tratamiento urgente.

Pude irme. Pude ignorarla.

Pero no lo hice.

Porque hay algo en ella…

Una mezcla de coraje y ruina. De fragilidad y rabia.

Que me recordó a mí mismo hace años.

Y porque —aunque me cueste admitirlo— necesito una solución.

El consejo directivo exige estabilidad. La fusión con Harvik Group está en riesgo.

Las acciones caen. La prensa ataca. Y Clara, mi ex, está hambrienta de arruinarme.

Una esposa.

Una historia humana. Redención. Amor.

Todo lo que los inversores quieren oír.

Y ella. Zoé.

Una mujer que no me pide nada. Que ni siquiera sabía quién era.

Perfecta para el papel.

Sí. Esto puede ser beneficioso.

Pero más que eso… no me arrepiento.

Porque quiero protegerla.

Porque su mirada me desarmó.

Porque, tal vez, me hace sentir humano de nuevo.

Marco su número. El que le pedí al conserje del hotel.

—¿Hola? —responde.

—Zoé, soy Liam. Necesitamos hablar.

—¿Qué más quieres? Ya dije que esto fue un error.

—No todo error necesita ser borrado —digo—. A veces se transforma en una oportunidad.

—¿Oportunidad para quién?

—Para los dos.

Silencio.

Entonces lo suelto.

—Puedo ayudarte. Dinero, contactos. Lo que necesites. Puedo cubrir el tratamiento de tu hermana.

Silencio. Pero su respiración cambia. Un jadeo sutil.

La tengo.

Pero entonces su voz tiembla:

—¿Por qué harías eso?

Sus palabras son cuchillas envueltas en desesperación.

—Porque me importas más de lo que debería. Y porque en este mundo donde todos fingen… tú eres real. Y eso vale más que cualquier contrato.

Más silencio.

—Mándame el contrato —dice finalmente. Fría. Cansada.

Rota.

Cuelgo. Sonrío.

Zoé Martínez ya es mi esposa.

Pero aún no lo sabe del todo.

Y yo… tampoco.

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