—¿Y bien? ¿Tú qué piensas, tú, plani?— preguntó Lorette, nerviosa, después de haberle comentado a su hermana todo lo ocurrido en la noche anterior.
Se veía confundida y un tanto preocupada. Para Alelí, resultaba evidente que Lorette no era plenamente consiente del poder que poseía.
Alelí cruzó los brazos sobre su pecho, pensativa. Había veces en que su hermanita podía ser muy incrédula si se lo permitía.
Ya se lo había explicado, no una, sino muchas veces. Las mujeres como ella, nacían con un don y, en ella, ese don era aun más fuerte.
Sin embargo, no importaba cuánto se lo explicara, simplemente, Lorette, se resistía a creer en eso. Pero allí estaba, sorprendida por todo lo que había ocurrido la noche anterior.
Le había confesado, sin omitir detalle alguno, que había seguido sus consejos al pie de la letra. Tampoco se guardó de comentarle los resultados.
Por ese motivo, no cabía en sí de la sorpresa al ver cuan acertadas habían sido las sugerencias de su hermana. Pero, a su