Desde su lugar, en la pérgola, Lilly podía ver como él cortaba en tiras aquel viejo vestido de seda que su madre había llevado puesto alguna vez. Distraída, estiró su mano por afuera de la barandilla corroborando que la lluvia parecía querer amainar.
Volvió la vista al frente, en su mente seguía rondando todas esas preguntas que no se había atrevido a hacerle, aunque fuera solo porque estaba esperando el momento oportuno para expresarla. Quizás, ese momento, al fin había llegado.
—Brishen…— lo llamó con calma sin moverse de su sitio y esperó a la mínima señal de que él la estaba escuchando—… dices que esos centinelas fueron creados por mi madre ¿No es así?
«Ah…ya sabía yo que de algo me estaba olvidando…»
Pensó él sin apartar la vista de la seda que se desprendía de su sitio. Lo cierto era que desde que habían visto a aquel centinela en la casa de Roxana, que él se estaba esperando aquella pregunta.
Y, a decir verdad, para Brishen, ella, se había tardado su buen tiempo en abordar