Lo cierto era que todo ese dolor al que tanto había temido, nunca había llegado. Quizás, fuera porque ya estaba acostumbrado a los ataques de esos centinelas o, tal vez por una vez, ellos habían decidido ser bondadosos y no hacerle daño.
«¡Pero!¿A mí por qué me importa saber esto?¡Joder!»
Se dijo Lawrence tirado boca arriba en el suelo con los brazos abiertos, cual Cristo crucificado, mientras observaba, con resignado desinterés, la oscuridad abismal que lo tapaba. No, nada de eso le importaba ya.
Los centinelas habían drenado todas sus esperanzas y emociones, dejando en su lugar un plácido sentimiento con sabor a vacío e indiferencia. De pronto, un sonido llamó su atención.
«¿Una flauta?¿Por qué rayos es que alguien puede creer que este es buen momento para tocar eso?»
Pensó con desinterés sardinico intentando creer que todo eso era producto de su imaginación. Tenía que serlo, a fin de cuentas, los centinelas habían mermado gran parte de su lucidez. Pero hubo algo más que lo hiz