El silencio seguía colgado de las paredes como una tela vieja que nadie se atrevía a quitar. Dante subió lentamente los escalones hacia su habitación, cruzando los pasillos que conocía mejor que su propia piel. No había urgencia en sus pasos, pero sí una resolución en la mirada, como si cada paso fuese un punto final en una carta que llevaba años escribiendo.
Al llegar al cuarto, todo estaba en penumbra. La cama intacta. Las cortinas apenas ondeando con la brisa de la madrugada. Y su celular, allí… donde lo había dejado.
Lo tomó. Lo desbloqueó. Vio varias notificaciones y llamadas perdidas de Svetlana. Sonrió. Y marcó.
Una sola vez.
El tono sonó. Una… dos… tres veces.
Y al cuarto timbre, la voz de Svetlana atravesó el silencio.
—¿Dante?
Solo su nombre. Pero cargado de todo.
Amor. Alivio. Dolor. Furia contenida.
Él cerró los ojos, sosteniendo el celular con una mano temblorosa que no se permitía admitir temblores.
—Hola, mi sol.
Un segundo de silencio. Luego, un suspiro entrecortado d