El despacho de la casa de Como era menos majestuoso que el de la Villa Bellandi, pero no menos imponente. Paneles de madera oscura, un par de vitrinas con botellas de coñac añejo, una enorme mesa de roble al centro y, sobre una de las paredes, colgada con discreción, una réplica en miniatura de la espada de Damocles.
Fabio estaba de pie junto a la mesa, leyendo unos papeles con el ceño fruncido. Dante, en cambio, permanecía junto a la ventana abierta, con la mirada perdida en el paisaje lacustre que brillaba a lo lejos bajo la luz tibia de la tarde.
El silencio estaba cargado. No de incomodidad, sino de decisiones.
—Ya tenemos confirmación de que los cargamentos salieron de Montenegro —dijo Fabio, sin levantar la vista—. Pero vamos a tener que redirigirlos. Hay nuevos bloqueos en el puerto de Reggio.
Dante asintió, sin volverse.
—Mueve los puntos de entrada a Salerno. T