La casa segura de Como, como la llamaban los hombres de Dante, no era precisamente una fortaleza a simple vista. Desde el exterior, parecía una antigua mansión señorial, restaurada con discreción, alejada del bullicio turístico del lago. Su arquitectura respetaba la tradición lombarda: paredes de piedra, ventanas arqueadas, tejas rojas envejecidas por el tiempo.
Pero por dentro… cada centímetro exhalaba estrategia.
Puertas blindadas. Cristales antibalas. Cámaras térmicas ocultas entre los marcos de madera. Generadores independientes. Línea telefónica privada, no rastreable. Cada rincón era un punto de resistencia.
En el centro de la propiedad, se alzaba la sala común. Amplia. De techos altos. Con una chimenea de piedra encendida desde antes del amanecer, y un mobiliario sobrio pero acogedor. Allí, como piezas arrojadas por una tormenta, toda la familia se había reunido la noche anterior… y allí seguían, sin saber cuánto tiempo estarían escondidos del mundo.
Tatiana tejía en silencio,