La sorpresa en el rostro de Nicolás fue inmediata.
Lía continuó, temblando:
—Yo pensé… pensé que tal vez era hija de mi padre. Que esa bebé era fruto de algo que él nunca quiso contar, y que la madre la había abandonado. Fue lo único que pude imaginar en ese momento. Todo era confusión, dolor… y después de su muerte, yo simplemente… la abracé. No pude dejarla sola.
La voz de Lía se quebró. Sus manos, apretadas en el regazo, revelaban la tensión que la consumía.
—No lo sabe nadie —agregó en un hilo de voz—. Ni mi madre, ni mis amigas. Solo usted… ahora.
Nicolás se recostó en el respaldo de la cama. La observó unos segundos, meditando sus palabras, antes de dejar escapar una leve risa. No era de alegría, sino de incredulidad.
—Así que… usted supone que la niña podría ser hija de su padre —repitió con ironía—. Qué historia tan conveniente, Lía.
Ella lo miró con los ojos enrojecidos, herida por su tono.
—No lo inventé. Es lo que creo.
Él se inclinó hacia adelante, con una sonrisa tor