Los días siguientes fueron un infierno silencioso para Lía.
No hubo gritos ni enfrentamientos abiertos, pero bastaba entrar a la firma para sentir las miradas clavarse en su espalda.
Las conversaciones se interrumpían cuando ella pasaba; los susurros crecían en los pasillos, y las risas apagadas dejaban claro que el rumor había tomado vida propia.
Decían que había aceptado dinero de Dayana para alejarse de Jorge.
Que lo había seducido con lástimas, con historias inventadas, y que, cuando consiguió lo que quería, lo abandonó a cambio de billetes.
Cada palabra era una puñalada, porque Lía sabía que nada de eso era cierto.
Pero ¿cómo defenderse, si hacerlo solo avivaría el fuego?
Al principio intentó ignorarlo.
Siguió trabajando, bajando la mirada, fingiendo no escuchar.
Pero la vergüenza se volvió insoportable. Los mismos compañeros que antes la saludaban ahora se apartaban.
El vigilante que solía ayudarle con los materiales de limpieza dejó de hacerlo.
Hasta la recepcionista,