Cuando Betty reconoció a Lía, se levantó de inmediato de su mesa y salió a su encuentro. Hacía cinco años que no se veían, y el abrazo entre ambas fue largo, cargado de nostalgia y de una aparente alegría. Era como si, por un instante, hubieran olvidado las diferencias y rivalidades del pasado.
Rafael, casi obligado por la insistencia de Verónica, también se levantó y fue en busca de Lía. Fue entonces cuando Betty reparó en él. Sus ojos, acostumbrados a hombres poderosos y con porte, se iluminaron al ver a Rafael: era apuesto, con un aire distinguido que lo hacía destacar entre la multitud.
Ella misma se presentó, con ese encanto natural que sabía usar como un arma letal:
—Soy Betty Cancino —dijo, extendiendo la mano con una sonrisa seductora.
Rafael la observó con atención. En ese instante comprendió lo que aquella mujer representaba: belleza, dinero, poder, conexiones. Todo lo que había perseguido en silencio durante años parecía concentrarse frente a él.
El brillo en los ojos de Be