El auto se deslizaba por las calles con la suavidad de una despedida que nadie se atrevía a nombrar. Melissa iba en silencio, mirando por la ventana, sin preguntarse hacia dónde la llevaba Bruno. Él conducía sin música, sin hablar demasiado, con la mano izquierda en el volante y la derecha entrelazada con la de ella.
El pulso le latía rápido, como si aún estuviera en aquel jardín, pero no estaba allí, estaba con Melissa y eso lo decía todo.
Se detuvieron frente a un edificio antiguo con balcones de hierro forjado y luces cálidas encendidas en algunas ventanas. Bruno apagó el motor, y por fin la miró.
—Aunque no lo parezca, es una zona costosa. Tengo un apartamento aquí, y la vista detrás de esto, es bellísima.
Melissa lo miró y asintió, dejando que él le abriera la puerta.
—¿Quieres que entremos? —Bruno le preguntó y ella asintió con la cabeza.
Ambos entraron a aquel edificio antiguo, pero muy refinado, y bien cuidado. Ellos caminaron un poco y se metieron en el ascensor. No había más