La noche había avanzado más rápido de lo que Melissa notaba. Cuando salieron del museo, el aire helado pareció pegarse a sus brazos desnudos, pero Bruno no soltó su cintura en ningún momento.
El chofer ya los esperaba, Bruno no quería manejar de vuelta, y abrió la puerta del coche. Cuando ella entró, su mano la siguió por la espalda baja, guiándola como quien reclama lo que le pertenece. Cerró la puerta con calma, y luego la miró.
Durante varios minutos no hubo más sonido que el de las ruedas sobre el asfalto.
—¿Siempre fuiste así con todas las mujeres? Ahora puedo ver que es muy fácil enamorarse de ti —preguntó Melissa sin mirarlo.
Bruno tardó en responder, y cuando lo hizo, su voz salió más baja, pero firme:
—Nunca así.
Melissa volteó a mirarlo, buscando una grieta, algo. Pero Bruno estaba concentrado en sus pensamientos, y aunque ella lo tenía tan cerca, lo sentía en una dimensión que no podía tocar del todo.
—Estabas a punto de decir algo… antes de que aparecieran —recordó ella.
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