Dentro de la habitación, Miranda estaba hecha un ovillo en la cama, inmóvil. Repetía en su mente una y otra vez todas las estupideces que había hecho frente a Guillermo. Cada recuerdo aumentaba su vergüenza. Abrazó la almohada y la estrujó en silencio varias veces hasta que, probablemente por el cansancio, se quedó dormida de nuevo.
Durmió hasta las ocho de la noche. Para entonces, ya le habían quitado el suero.
Una enfermera amable retiraba la bolsa vacía mientras le daba indicaciones.
—Acaba de recibir suero, así que es mejor que coma algo ligero para empezar. No se exceda con la comida grasosa o muy condimentada, o podría sentir malestar.
Miranda asintió distraídamente, con la mirada fija en la puerta.
“¿En serio ese idiota se fue y ya? ¿Ni siquiera mandó a alguien a recogerme?”
Vio a la enfermera s